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Buenos Aires, Argentina 23 de Noviembre, 1952

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Buenos Aires, Argentina 
23 de Noviembre, 1952

Tu bisabuelo me había conseguido un trabajo como soldador, en una zona apartada de la ciudad. Por desgracia no podría compartir vivienda con él, ya que estábamos situados en puntos opuestos, y era técnicamente imposible; lo bueno era que había logrado un alquiler bajo, en una casa bastante aislada y demolida, pero que para pasar el tiempo y ahorrar unos cuartos servía.

—¿Qué tal lo llevas? —me preguntó José, tu bisabuelo, en una de las pocas veces que pudo escaparse a verme.

—Pues ya ves, por aquí ando. —Era mi respuesta habitual.

Y era verdad. Paseaba de un lado a otro de la ciudad sin motivo ni razón. Navegaba de la casa al bajo donde trabajaba durante doce horas diarias, y hacía el camino a la inversa. No salía a ningún lado, no hablaba con nadie. Era un auténtico asocial. Solo me relacionaba con mis compañeros de residencia, de los que sabía lo justo y necesario para convivir en armonía.

Y eso fue así hasta que ella se interpuso en mi campo de visión. Su pelo negro sobre los hombros, su sonrisa angelical, y esos hermosos ojos turquesa me robaron el corazón tan pronto se pusieron en mi camino.

Sentí como todo mi mundo se ponía patas arriba cuando la vi caminar hacia mí. Era la primera vez que veía un ángel, estaba seguro de ello. Comencé a sentir nauseas, y un retortijón por todo el cuerpo. El aire me estaba comenzando a faltar en los pulmones y ella... ella ni se había percatado de mi presencia.

Leía un papel que llevaba entre las manos sin dejar de sonreír. Por un momento sentí el impulso de acercarme a ella y hablarle pero... ¿qué le podría decir?

Además, sabía que parecería un idiota. Jamás había sentido la necesidad de relacionarme con nadie desde que había puesto los pies en suelo argentino, a excepción de las personas con las que compartía trabajo y morada, claro.

Me quede mirándola una vez más y, tan pronto pasó por mi lado pude embaucarme por primera vez con su perfume. Un aroma que no olvidaré jamás y que ya está impreso en mi propio ADN.

Me giré hacia ella, observándola con poca reserva. Realmente no pensaba en que nadie pudiera percatarse de mis pensamientos ya que por algún motivo sentía que estábamos solos en ese universo.

Recuerdos de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora