● Siete ●

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Buenos Aires, Argentina1 de Marzo, 1953

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Buenos Aires, Argentina
1 de Marzo, 1953

Y por fin había llegado el día. Este era, sin duda, mi último día en Argentina. Para ser sincero había tenido tiempo de arrepentirme una y otra vez de haber acelerado la fecha de volver a casa, pero en otros momentos me decía a mí mismo que no servía de nada alargar la situación.

Durante esas últimas semanas mi relación con Luz había ido mejorando en exceso, tanto que habíamos llegado a convertirnos en buenos amigos. Me contaba sus problemas y, sin saber que ella era la dueña de mi corazón, también escuchaba los míos. Sobre todo los que ella misma causaba.

Sabía que regresar a casa era la solución más cobarde, pero también posiblemente la más efectiva. Necesitaba alejarme de ella lo más rápido posible, y volver a centrar mi mente en lo realmente importante.

—Creo que te voy a echar de menos, compañero fantasma —me dijo Marcos, acercándose a mí a paso rápido.

Sonreí ante sus palabras, lo cierto era que yo también lo echaría de menos. Los extrañaría a ambos.

—Cuídate mucho, amigo —expuso Paolo, estrechando mi mano con cariño.

Asentí. Siempre había odiado las despedidas, y esta no iba a ser la excepción.

A pesar de que Luz sabía que mi tiempo en Argentina se estaba agotando, no había querido decirle que era precisamente hoy el día en que me iría. Lo último que deseaba era despedirme de ella, tal vez me viera tentado a llegar más allá de las simples palabras y sabía de sobra que eso era imposible.

Jamás había pensado que mi relación con ella pudiera llegar a ese punto, pero lejos de dolerme, en el fondo me sentía satisfecho de haber podido conocerla y corroborar que, en efecto, estaba loco por ella.

—Te echaré de menos —murmuré al aire. Realmente no refiriéndome solo a ella, sino a todo en general.

Me había acostumbrado a respirar el aroma que desprendía cada pedazo de tierra, cada espacio. Me había enamorado locamente de ese lugar. 

—¿No pensabas despedirte de mí? —Escuché su voz a mi costado, lo cual me provocó un fuerte nudo en la garganta.

Intenté tragar con normalidad antes de girarme hacia ella.

Lejos de lo que me imaginaba, lucía tan serena como siempre. Sonriente y tranquila.

—¿Cómo te enteraste? —pregunté, con la única intención en mente de terminar con Paolo con mis propias manos por haberle confesado mi pequeño secreto.

—Te conozco más de lo que pensás —alegó, acercándose un poco más a mí—. Ayer me di cuenta de que algo pasaba, y veo que no estaba equivocada con mis sospechas.

—Odio las despedidas —confesé. Lo cual era cierto, me partía el alma tener que despedirme de ella para siempre.

—Entonces no te despidas. —Se acercó más a mí, dejando que su perfume me embriagara por completo una última vez.

Lo inhalé sin temor, dándome igual parecer un idiota enamorado. A esas alturas lo único que me importaba era guardarla en mi recuerdo para siempre.

—Me hubiera gustado que esto tuviera un final más feliz —me dijo, mirándome directamente a los ojos, lo cual me hizo sentir un fuerte torbellino en mi interior—. Manuel jamás permitiría que me fuera de su lado.

En ese momento una pequeña lágrima comenzó a resbalar por su rostro. Sentí como el corazón se me paralizaba en ese preciso instante.

—Hacela muy feliz —murmuró. Acercó sus manos a mi rostro, dejándome sentir su tacto una vez más—. Y espero que vos también lo seas.

—No sin ti —confesé al fin.

Al escucharme acercó su rostro al mío, regalándome el beso más dulce que me han dado jamás. Solo duró un par de segundos, pero nunca podré olvidar ese recuerdo de mi mente.

El recuerdo de mi primer y único amor. 

Recuerdos de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora