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Buenos Aires, Argentina12 de Enero, 1953

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Buenos Aires, Argentina
12 de Enero, 1953

—Estás más feliz que de costumbre —me interrogó Paolo, mirándome extraño.

Como respuesta me limité a asentir y, dedicándole una simple sonrisa salí hacia mi habitación.

Por primera vez sentía que la vida me sonreía. Desde el encuentro con Luz en el parque no había podido dejar de cantar y de disfrutar de cada pequeño detalle.

Era feliz, no podía pedir más.

Emprendí camino hacia el trabajo. Por primera vez me dediqué a hacer mi tarea con diligencia y efectividad, tanto que me dejaron salir dos horas antes de lo previsto. Realmente esa era mi única intención, terminar antes para poder acercarme hasta la nave de costura, y poder ver a Luz una vez más.

Era excesivamente pronto, así que me senté en uno de los bancos de la entrada, desde el cual podía apreciar cualquier movimiento en su interior, y saqué un viejo libro que me había regalado Paolo. Según me había dicho, ese había sido uno de los primeros libros que había leído en español. Un clásico que me sabía casi de memoria, pero sin duda agradecí el regalo. Siempre me encantó leer.

Llevaba aproximadamente media hora cuando sentí un pequeño cosquilleo en el estómago, motivo por el cual levanté la mirada. Reconocería su voz en cualquier lugar.

Sonreí, estaba tan guapa como acostumbraba, con su cabello negro cayendo por su espalda y esa sonrisa de ángel depositada en su rostro. Pero algo perturbó el momento.

Me percaté perfectamente de que se trataba del mismo chico de la otra vez. Le dio un pequeño golpe en el hombro para captar su atención, motivo por el cual ella se giró hacia él.

Mi única intención era levantarme y pegarle un puñetazo a ese idiota por hacerla llorar, pero mis propósitos cambiaron cuando aprecié que su sonrisa todavía se acentuaba más.

Mi corazón se rompió en mil pedazos cuando la vi en sus brazos. Sentía como si hubiera estado jugando con mis sentimientos, aunque en el fondo nada podía exigirle. No éramos nada más que simples desconocidos que habían intercambiado cuatro palabras, y yo me sentía como el idiota que se había enamorado sin pedir previo permiso antes.

No quería verlo, pero aun así no despegué la vista de ellos en todo momento.

Esa noche lloré como nunca antes lo había hecho, lloré por todo lo que había amado, por lo que había sentido y por lo que había llegado a imaginar para un futuro. En ese momento me di cuenta que tenía que dejar de desear, de esperar lo imposible. Ella jamás se fijaría en alguien tan simple como yo.

Recuerdos de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora