Capítulo 11

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13 de enero

Estaba escondido, entre el pasto seco y algunos arbustos, esperando a que dieran las 12:00 a.m. Estaba a tan solo unos metros de la "guarida secreta" de Richie Ray, o el jefe, como prefería llamarlo Marco. Era una bodega no muy grande, a un par de kilómetros de la carretera en un lote baldío, estaba bastante descuidada, con puertas oxidadas, grafitis en las paredes y sin ventanas, solo una puerta. Según lo que conocía, Ray iba ahí los sábados, de 10:00 a 12:00, a comprobar la mercancía, según palabras de Marco. Eran las 11:55 y yo seguía ahí, tirado entre las ramas, con la máscara puesta y mi revólver en la mano derecha, esperando a que saliera. Después de 12 minutos de espera, al fin salió. Vestía igual que la primera vez que lo vi: de negro, con lentes oscuros, un sombrero, y su característico diente de oro. Iba cargando un maletín y acompañado de dos hombres altos. Se dirigieron los tres al auto negro de la última vez y se recargaron en él. Yo apunté hacia Ray; no había problema con matar a dos personas de más, pensé. Mi dedo estaba a punto de apretar el gatillo, pero a los pocos segundos, salieron cuatro hombres más, con vestimenta similar a la de los dos primeros, y con armas en sus bolsillos, entonces bajé el arma. Después de meditarlo un poco, decidí no hacerlo, no matar a nadie, por lo menos ese día, o armaría un alboroto, con riesgo de morir ahí mismo. Esperé a que se fueran; Ray se fue primero, en su auto negro, y los demás en una camioneta del mismo color. Luego, me quité la máscara, guardé mi arma y me marché en paz.

Dos días después, primer día de escuela de la semana. Como todas las mañanas, mis tres alarmas me despertaban, mi celular vibraba en mi escritorio, al lado de mi uniforme. Me duché y bajé a desayunar. Encendí la tele; nunca había nada interesante, pero siempre dejaba las caricaturas. Era ver Pokemon o las noticias, yo prefería Pokemon. Me lavé los dientes, tomé mi teléfono y salí.

Carlos estaba ya en el salón, con una libreta en su mano, los demás estaban afuera, o cerca de la ventana. Se veía algo nervioso y preocupado, así que le pregunté qué tenía.

- Oye, tú solo tomas una libreta para dibujar a los maestros ¿qué haces?

- ¡El examen! ¡El examen de literatura! ¡Es hoy! - dijo, mientras golpeaba sus manos contra la mesa

- Carlos, el examen de literatura fue el jueves, el día que no viniste. La semana pasada terminaron los exámenes

- Ah, bueno, tal vez luego lo pueda hacer

- No creo - reí

Él solo cerró la libreta y la guardó en su mochila. Entonces entró el profesor y, detrás de él, los demás alumnos.

Después de aquella clase, fuimos a laboratorio, la clase menos aburrida del día. El maestro hacía un dictado; yo pensaba en lo que sucedió hace unos días: siete personas, asesinadas en un solo día, por mí. Nunca antes había hecho algo así. Además, esa puntería sobrenatural que había salido de mí en ese momento, no sé si por el odio, por el azar, o si era uno de los privilegios de ser un verdugo. Después, acabó el apunte. Mientras seguía pensando en aquello, miraba por la ventana, un poco distraído. Me di cuenta que tenía que ir por mi paga, debía ser grande, por la cantidad de víctimas en un día. Lizzy caminaba por el pasillo, junto con su mejor amiga, me vio a través de la ventana, y me sonrió; yo le devolví la sonrisa. Entonces, la caída del borrador me devolvió a la clase. El profesor explicaba algo sobre el Hidrógeno y el Oxígeno, estaba anotado en el pizarrón, pero lo borró antes de que alcanzara a apuntarlo, y después, siguió explicando sobre el Carbono y el Nitrógeno. Michel, quien se dio cuenta que no había anotado nada, me prestó su apunte.

Al final de clases, me despedí de Carlos y Michel, y fui al hotel de la OAM, antes de ir a mi casa. Todo estaba tranquilo, como siempre. Algunas personas sentadas en los sillones de la recepción, otras saliendo con calma del hotel, y Doblas, con la serenidad que lo distinguía, limpiaba sus anteojos y acomodaba su corbata.

El contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora