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Jack.

-¿Estás listo? –Daniel parecía nervioso. Asintió enérgicamente. –Prometo que te encantará. –Sonreí.

-Es la primera vez que hago esto. –Una pequeña sonrisa asomó a sus labios.

-¿No te lastima? –El ojiazul alzó su mirada directo a la mía y negó con la cabeza. –Los zapatos de patinaje normalmente te lastiman la primera vez que los usas.

-Lo único que quiero es disfrutar esta noche con vos. –Sonrió y me besó. –No me importa si me lastiman los zapatos o si mañana hay clases. Quiero estar acá, a tu lado. –Reí y lo volví a besar.

Este era el tercer lugar al que íbamos. Cuando Daniel llegó a mi casa, tras haberme asustado al creer que no llegaría, fuimos a un restaurante. También lo llevé al cine y en ese momento estábamos patinando en el hielo. No era un experto patinando, pero sí sabía cómo hacerlo sin terminar en el piso. Había muchas personas por ser pasada las doce y un día de semana. Algunos estaban solos, con amigos o en parejas. La mayoría eran jóvenes, pero había parejas mayores.

-Te quiero. –Dije al finalizar el beso con una sonrisa.

Le tendí mi mano y la tomó. Comencé a deslizarme lentamente por el hielo para que él pudiera seguirme sin problemas, pero el ojiazul estaba demasiado nervioso como para moverse.

-Tranquilo. –Susurré lo suficiente alto para que solo él pudiera escucharme. –Es... como caminar, solo que... tienes que arrastrar un poco los pies. –El ojiazul asintió. –Solo relájate. –Sonreí.

Comenzamos otra vez, al ojiazul le costó un poco y se cayó unas veces, pero reíamos de igual manera. Cuando él se sintió lo suficiente confiado como para alejarse de los bordes de la pista, patinamos más al centro. Íbamos tomados de las manos, muy sonrientes, cuando lo vi. No podía ser él, no lo veía hace tiempo. Había desaparecido de mi vida, ahora estaba siendo feliz, él no podía aparecerse como si nada.

Me detuve en medio de la pista, sin ser capaz de mover ni un solo músculo, el ojiazul se paró a mi lado y me observó unos segundos. Puso su mano libre sobre mi hombro y volteé a verlo. Sus ojos me miraban atentamente, recorrió todo mi rostro con ellos y sonrió; retiró la mano de mi hombro y la llevó hacia mi mejilla, acariciándola.

-Mi padre está ahí. –Dirigí mi mirada a una de las esquinas de la pista en donde él se encontraba. –Y tiene una nueva mujer. –El ojiazul me observó algo sorprendido pero sonrió. –Él se fue cuando supo que era gay. No se despidió de mí, tampoco de mi hermana y mucho menos de mi madre, se fue sin importarle nada más que su orgullo. –Sonreí tratando de ocultar el dolor que me causaban esos recuerdos. Probablemente nunca lograría curar esa herida. –Mi madre se quedó con nosotros y... murió unos meses después... –Un enorme nudo se formó en mi garganta, ahogando mis palabras.

Cuando mamá murió no se volvió a hablar del tema. Era algo muy delicado, mi hermana y yo no nos permitíamos hablarlo con cualquiera, y muy rara vez lo hablábamos entre nosotros. Su recuerdo estaba ahí, siempre seguiría presente, pero era muy especial y frágil para ser evocado en voz alta.

Al ver a mi padre ahí decidí que ya había pasado mucho tiempo, demasiado, fingiendo que no nos conocía. Fingiendo que no tenía hijos. Fingiendo que su hijo no era gay.

-Quiero... -Miré en dirección a mi padre. Quería que conociera a Daniel, que viera lo importante que era para mi vida. Pero lo vi feliz, con esa mujer, él era feliz y yo no era como él, no iba a ir ahí a "arruinarle" su felicidad del mismo modo en que arruinó la mía. Porque eso era exactamente lo que me hacía diferente a él. –Olvídalo, Dan. Mejor vámonos. –Volví mi mirada hacia el ojiazul y le sonreí.

El chico de rulos (Jackniel) [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora