Capítulo cinco: Soledad

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Llego a casa cansada y muy confusa. Mi madre ya ha llegado. Está en la cama, como siempre. Mi padre tardará en llegar. Tengo el impulso de darle un abrazo, contarle todo, sentirme pequeña en sus brazos. En vez de eso miro la escalera que da su cuarto con tristeza.

Sé que nada volverá a ser como antes. No después del accidente.

Estoy sola. Mi padre se rompe la espalda trabajando por construír casas para los ricos y apenas nos da para comer. Mi madre sale del trabajo en una oficina en el centro, llega a casa y se tumba en la cama. Todos los días.

Intento no pensar en eso. Una lágrima me resbala por la mejilla. Me doy cuenta de lo mucho que ha pasado desde que alguno de mis padres me sonrió, se interesó por mi o simplemente me habló.

"Todos saben hacer hijos, pero pocos saben hacer padres." X.

Empiezo a llorar. Paro bruscamente y me relajo. No seas tonta. Debes madurar.

"A veces sólo la familia puede llenar los agujeros que las amistades dejan." *.

Ahora mismo sólo me apetece salir, ser X, sentirme viva. En vez de eso me siento y pongo las noticias locales.

Sólo sangre. Asesinatos, violaciones y crímenes empapan nuestra ciudad.

Odio este sitio. Quiero irme.

Apago la televisión. Me voy a mi cuarto. Sólo quiero vestirme y salir. Sólo un poco.

Me paro delante de la puerta de la habitación de mi madre. Abro la puerta instintivamente. No! Para! Mi cuerpo vence a mi voluntad y abro.

Mi madre está en la cama. Aún lleva los zapatos puestos.

-Xeila, cariño, ¿eres tú?

-Sí, mama- una lágrima cae.- Estoy aquí, contigo.-otra más.

-Ven por favor.

Le abrazo.

-No me sueltes, por favor. -me dice al oído.

-Nunca. -otra lágrima.

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