Una amarga despedida

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Tala

Tras aceptar su proposición, Edward salta sobre mí, pero se frena a centímetros de mis labios, no se atreve a besarme, así que tomo la iniciativa y lo beso.
No puedo creer que esto sea real, parece que sus labios tienen la capacidad de parar el tiempo. Pongo las manos en su pecho, me aferro al cuello de su camisa y tiro para acercarlo lo máximo a mí.
No soy consciente del tiempo que ha pasado cuando se retira de mí y me mira a los ojos.

—Quiero regalarte el día perfecto.
—Pues ha empezado bien.

Edward se levanta y me ofrece su mano.

—Acompáñame.

Acepto su mano y me ayuda a levantarme. Sin soltarnos, caminamos para salir del salón y me dirige hacia el piano.

—Cuando te conocí —empieza a contarme—, comencé a componer una melodía. Cada día iba añadiendo fragmentos, y la terminé después de que te marcharas. Si quisieras oírla, sería como contarte todo lo que me has hecho sentir cada momento que hemos pasado juntos.

—Me encantará oír nuestra historia.

Él sonríe y me acomodo a su lado en el banco del piano para escucharle tocar. Edward coloca en el atril unas hojas de partitura, posa sus manos sobre las teclas y surgen las primeras notas.

El entusiasmo y júbilo de esas primeras notas traen con ellas la emoción de los primeros días, esa ilusión que me invadía el ir cada noche a encontrarme con él al bosque. La intensidad de los acordes plasman a la perfección la pasión que sentí cada vez que sus dedos me acariciaban. Las pausas, equilibradas, entre estrofas, suenan a mi marcha sin despedida. Y las nostálgicas notas finales son el colofón al desenlace de nuestra historia, por ello, aunque hermosas, saben amargas en mi garganta.

Tras la última nota una lágrima cae por mi mejilla. Edward aleja las manos del piano y seca mis mejillas con dulzura.

—No quería entristecerte.
—No es eso. La manera en que has plasmado nuestra historia... cada nota me traía un recuerdo, evocando el sentimiento que me provocaba.
—Eso es lo que yo sentía mientras la componía.
—Es perfecta Edward —digo antes de besarlo.

Salir del estado en que me ha sumido la canción de Edward ha sido difícil. Me pregunto qué es lo siguiente que me tiene preparado.

—¿Te apetece ir a nadar? —me pregunta.
—¿A nadar?
—No quería que el recuerdo que tengas del acantilado sea el de la última noche que pasamos allí, y pensando en ello recordé el día que saltamos, no el que me empujaste y caímos rodando —dice riendo—, sino el día que saltamos después de practicar con mi don. También recuerdo que lo estropeé alejándome de tí.
—Se ve que siempre que estamos allí uno de los dos se aleja.
—Por eso he pensado que podríamos crear un recuerdo nuevo.
—¿De verdad el cauto Edward Cullen me está proponiendo saltar desde el acantilado? —Él asiente con una sonrisa—. Me encanta, ¡vamos!
—Y para hacerlo más emocionante, te reto a una carrera desde aquí. El último en caer al agua prepara tu almuerzo.
—Espero que hayas mejorado tus dotes culinarias —digo esto y corro hasta la puerta quitándome la ropa.

Salgo de la casa saltando y entro en fase en el aire para caer al suelo sobre cuatro patas y emprender la carrera.

‹‹Eso es trampa›› lo oigo pensar detrás de mí.

La nueva quileuteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora