—¿Kagome? Los ojos de color gris verdoso de Inuyasha Taisho se avivaron al encontrarse con los de su madre.Inuyasha frunció el ceño y se inclinó ligeramente hacia adelante en un sillón de orejas que, como la mayoría de los muebles de la habitación, pertenecía a la familia desde hacía tanto tiempo como aquella mansión.
—No te referirás a Kagome Higurashi, ¿verdad? —añadió.
Izayoi, lady Taisho, separó las manos en un gesto de sorpresa. Su delgada figura parecía absorbida por el sillón igual al que ocupaba su hijo junto a la chimenea.
—¿Por qué no? —inquirió ella, frunciendo su boca perfecta de una forma que Inuyasha conocía muy bien.
Detrás de la complexión aparentemente débil y de aquellos rizos cortos y muy bien teñidos, se escondía un cerebro ágil y una voluntad de acero.
—¿No es demasiado joven? —cuestionó él.
Su madre se rió como sólo una madre podía frente a un hombre de treinta y cuatro años cuyo nombre en los círculos financieros de Nueva Zelanda generaba un respeto casi universal. Quienes le desprestigiaban eran principalmente competidores celosos de la manera en la que él había expandido el negocio de su familia y aumentado su fortuna, ya considerable, o empleados que no habían soportado que les impusiera sus rígidos principios.
—Inuyasha, han pasado diez años desde que su familia nos dejó —apuntó ella—. Kagome es una historiadora altamente cualificada. Ya te conté que ha escrito un par de libros.
Él no podía confesarle que había intentado borrar de su mente cualquier información acerca de aquella muchacha.
—Ya sabes que tu padre siempre tuvo intención de escribir la historia de la familia —insistió Izayoi.
Había sido uno de sus proyectos tras su jubilación, hasta que su debilidad por los mejores alcoholes había terminado repentinamente mal.
—Quiero hacer esto como un homenaje a él —comentó la viuda elevando la barbilla con determinación, conteniendo las lágrimas—. Pensé que te gustaría.
Por más que Inuyasha tuviera reputación de hombre de negocios duro aunque no sin escrúpulos, eso no le hacía inmune a aquella triquiñuela femenina. Su madre acababa de resurgir de un año y medio de lamentaciones y por fin mostraba auténtico interés por algo. Aquel día estaba menos tensa y más decidida que cualquier otro desde la muerte de su marido, reconoció Inuyasha.
El hecho de que de vez en cuando se colara en sus sueños el rostro de una Kagome Higurashi de apenas diecisiete años enmarcado por un revoltoso pelo oscuro, con
ojos grandes y muy tentadores y una boca demasiado joven, haciéndole sentirse culpable, era problema suyo, se dijo él. No podía, a conciencia, verter un jarro de agua fría sobre el nuevo proyecto de su madre.
—Creí que se encontraba en Estados Unidos —señaló él.
Kagome se había trasladado allí para hacer un posgrado después de haber terminado sus estudios de Literatura Inglesa y de Historia, y desde entonces había estado enseñando en la universidad allí.
—Ha regresado —comentó Izayoi contenta—. Dará clases en la universidad de Auckland el año próximo, pero necesita algo para mantenerse durante unos seis meses por la diferencia de curso escolar entre Estados Unidos y Nueva Zelanda. ¡Es ideal y tan agradable que podamos tener a alguien conocido para que nos haga esto...! Puede alojarse aquí.
—¿Aquí? ¿Sus padres no...?
El antiguo cuidador de la finca y su esposa, que ayudaba en las tareas domésticas, se habían marchado al distrito de Waikato a ordeñar vacas cuando su hija había comenzado sus estudios universitarios allí. Inuyasha creía que, desde entonces, el único contacto de ellos con su familia había consistido en un intercambio de felicitaciones de Navidad y noticias sobre la familia. Pero su madre, se dijo Inuyasha, siempre había sido una empedernida usuaria del teléfono.
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Un Amor desde Siempre...
FanfictionÉl no descansaría hasta encontrarla y exigirle lo que le correspondía por derecho.