En el coche, Inuyasha se sintió extrañamente insatisfecho consigo mismo. Al menos habían sacado aquel viejo asunto a la luz. Eso debería haber relajado el ambiente entre Kagome y él, así como aligerado su conciencia. Él había percibido cierta timidez en ella desde que se habían reencontrado en la estación de autobuses y no se creía que ella no hubiera pensado nunca en la última vez que se habían visto. Se le escapó una risita al recordar el deliberado desaire con el que ella lo había negado.
—Ahí te has pasado un poco —murmuró.
Ella ciertamente no era la misma que aquella adolescente ingenua y torpe que a veces reaparecía en sus sueños. Él debería sentirse aliviado de que a ella no le ocurriera lo mismo, pero al principio sólo había sentido desilusión y había tenido que acallar su impulso de cobrarse una dulce venganza con la deliciosa boca de ella, incluso cuando se estaba burlando de él.
En su lugar, él se había tragado la desacostumbrada medicina porque ella tenía derecho a ello.
Existía una diferencia muy intrigante entre la Kagome Higurashi que él recordaba y la que había tratado ese día. De cuando en cuando algún detalle de la niña apasionada y llana se colaba a través de la fría reserva de la mujer, generando en él un caprichoso deseo de comprobar cuánto más había cambiado ella.
Miró el reloj del salpicadero: había salido más tarde de lo que pretendía. Últimamente se veía muy a menudo con Kikyo Broadbent y le había medio prometido que se pasaría por su casa después de llevar a Rivermeadows a la historiadora que su madre había contratado. Pero ni siquiera se había acordado de telefonear a Kikyo. Y se hallaba en la autopista, así que no quería usar su teléfono móvil.
Por alguna razón, no le apetecía ver a Kikyo en aquel momento. Condujo hasta su casa y la telefoneó desde allí, diciéndole que se había quedado a cenar en casa de su madre, que estaba cansado y quería irse a dormir temprano. Ella aceptó la excusa, pero su voz sonaba tensa cuando le deseó buenas noches. Tendría que compensarla, se dijo Inuyasha.
Tres días más tarde, Kagome había extendido viejas cartas, diarios y papeles sobre la gran mesa del salón de fumar y estaba tan absorta en su estudio, que no oyó la llegada de Inuyasha.
—Te traigo la impresora —anunció él con la caja en las manos—. ¿Dónde lo quieres?
—Sobre el escritorio, junto al ordenador —respondió ella—. No esperaba que la trajeras tú mismo.
—Quería comprobar cómo estaba mi madre.
—Parece que bien. ¿La has visto al entrar? Él comenzó a abrir la caja.
—Sí, estaba ocupada regando las macetas de la terraza. Está muy ilusionada con esto —comentó él y señaló los documentos con la cabeza—. ¿Cómo lo llevas?
—Va a ser difícil decidir de qué prescindir. Hay mucho material.
Conectaron la impresora al ordenador y ella realizó las pruebas mientras Inuyasha la miraba apoyado sobre el escritorio.
La máquina sacó una hoja de papel y ambos alargaron la mano. Sus dedos se rozaron unos instantes. Kagome retiró la suya rápidamente y Inuyasha la miró burlón antes de analizar la hoja de comprobación.
—Se ve bien —señaló él, pasándosela.
—Cierto —dijo ella con la mirada clavada en el papel—. Gracias. Va a ser de gran ayuda.
—Encantado de ayudarte —respondió él en tono bastante seco.
Él se acercó a la mesa de los documentos y los estudió por encima.
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Un Amor desde Siempre...
FanfictionÉl no descansaría hasta encontrarla y exigirle lo que le correspondía por derecho.