Kagome se equivocó. Las semanas se convirtieron en meses y seguía sin haber señales de un heredero Taisho. Izayoi comenzó a preguntar discretamente. Kagome se tranquilizaba diciéndose que algunas personas tardaban más tiempo en concebir y que la ansiedad sólo empeoraba las cosas.
Sin contárselo a nadie, aprovechando las largas vacaciones de Navidad, Kagome visitó a un ginecólogo. A veces tenía que fingir que iba a ver a unos amigos o a una salida de investigación de su trabajo. Tras una larga serie de incómodas pruebas, se descubrió que su sistema reproductivo tenía alguna anomalía congénita.
—Sería posible cirugía seguida de fecundación in vitro, pero el resultado es dudoso —diagnosticó el especialista—. Las posibilidades de llevar a cabo un embarazo con éxito me temo que son... prácticamente inexistentes.
Kagome abandonó la consulta tambaleándose y con la mente en blanco. Caminó durante varios minutos en la dirección equivocada hasta que recordó que había aparcado en el edificio Taisho. Desanduvo el camino y, al llegar al coche, se quedó un rato sentada tras el volante con la mirada perdida. Una parte de ella quería subir al despacho de Inuyasha, acurrucarse en sus brazos y echarse a llorar.
Pero ni siquiera él podía arreglar algunas cosas. Una vez habían tenido una conversación sobre fecundación in vitro y él había rechazado tajantemente el método y la idea en sí.
Se sentía desfigurada, fea, como si todos pudieran conocer que ella en su interior tenía una malformación. Ni siquiera estaba segura de poder producir un óvulo en buen estado.
Pero si Inuyasha quería un descendiente...
Podían adoptar pero él querría a alguien de su sangre que continuara el apellido y heredara lo que la familia Taisho había construido y mantenido desde hacía generaciones. Sería una tragedia que todo eso se perdiera.
Absorta en sus pensamientos, al principio no reparó en que la pareja que entraba en el aparcamiento eran Samantha Magnussen y Inuyasha. Dos personas altas y guapas, con el mismo aire de confianza en sí mismos y de éxito, caminando uno junto al otro y charlando amigablemente.
Instintivamente, Kagome se agachó en su asiento. Ellos se detuvieron delante de un coche. Samantha pulsó el mando de apertura y Inuyasha le abrió la puerta. Ella, en lugar de meterse en el coche, se giró hacia él, se atusó el cabello y dijo algo que hizo reír a Inuyasha. Ella también rió y luego él se inclinó y la besó en la mejilla. Ella le dio unos golpecitos en el pecho, se metió en el coche con gracilidad y se despidió con la mano mientras el coche se alejaba.
«Eso no significa nada», se dijo Kagome. «Tal vez ella tontee con Inuyasha, pero con quien se ha casado él es conmigo». Samantha y Inuyasha eran amigos, buenos amigos. A pesar de que la empresaria nunca había estado en Rivermeadows antes de la boda ni Izayoi la había visto nunca antes del encuentro en la oficina de Inuyasha.
Él se quedó unos momentos de espaldas al coche de Kagome, mirando en la dirección que había tomado el coche de Samantha, y regresó al interior del edificio.
Kagome inspiró hondo. Podría seguirle y mencionarle que acababa de ver a Samantha. ¿Y luego? «No seas estúpida», se dijo. «Lo último que él necesita es una esposa que no confía en él». Una esposa que, además, no podía darle un hijo.
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Un Amor desde Siempre...
Fiksi PenggemarÉl no descansaría hasta encontrarla y exigirle lo que le correspondía por derecho.