Capitulo 3

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Kagome se apartó de la ventana, inspiró hondo y soltó el aire tensa. ¿Por qué no podían Kikyo y Inuyasha hacerse los arrumacos entre los árboles? ¿O en el cenador? Relajó las manos al darse cuenta de que las tenía en puño. El beso tal vez fuera la continuación de otras intimidades, se dijo sombría.

«No pienses en eso», se ordenó. Pero no podía evitarlo. ¿Le habría pedido Inuyasha a Kikyo que se casara con él? ¿Sería ese beso la forma de sellar su acuerdo? Kagome intentó convencerse de que si así fuera se alegraría por él. Pero lo único que sentía era una terrible angustia. Oyó voces de nuevo en la terraza. Luego, silencio: ellos habían entrado en la casa. Kagome decidió no bajar. Si iban a darle la noticia a la madre de Inuyasha, era un asunto familiar. Después de oír voces de nuevo, esa vez en la entrada, y luego la puerta cerrándose, esperó veinte minutos y bajó. Izayoi estaba sola en la terraza. Kagome fingió sorpresa ante la marcha de los otros dos. Nada indicaba que hubiera habido un anuncio de compromiso. Kagome tragó saliva y se ofreció a recoger la mesa.

Kagome fue a ver a sus padres el siguiente fin de semana. Transcurrieron diez días antes de que viera a Inuyasha de nuevo.

Durante la noche, una borrasca se había instalado sobre ellos y Kagome había renunciado a su carrera matutina.

A mediodía tronaba intermitentemente y llovía con fuerza. El jardín estaba inundado, con algunas plantas tronchadas por el fuerte viento. En la casa, Kagome tuvo que encender las luces para poder leer. La asistenta de hogar avisó por teléfono de que no acudiría porque había aviso de tormenta peligrosa.

Inuyasha llegó justo antes de cenar, empapado a pesar de su impermeable.

—Me he detenido en el pueblo antes de venir aquí. Están amontonando sacos de arena por si el río se desborda. Esta promete ser una tormenta de las que no se olvidan fácilmente. Voy a quedarme aquí esta noche. Si hay problemas en el pueblo, me avisarán para que acuda a ayudar —informó y subió a darse una ducha y ponerse ropa seca.

Izayoi, cuyo nerviosismo había ido aumentando más y más durante el día, pareció aliviada y se animó a cocinar el postre favorito de él.

Kagome la acompañó a la cocina y añadió un servicio más a la mesa.

—¿Podrías llevarle esto a Inuyasha mientras yo preparo la cena, por favor? Es zumo de limón, miel y ron. Inuyasha necesita algo caliente cuanto antes —le pidió Izayoi, tendiéndole una taza humeante.

Sin opción a negarse, Kagome tomó la taza y subió a la habitación de Inuyasha. Llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta; seguramente él todavía se encontraba en la ducha. Como no quería encontrárselo saliendo del baño, esperó un poco y, cuando oyó movimiento al otro lado de la puerta, volvió a llamar.

—Un momento —dijo él con su voz grave y transcurrieron unos instantes—. Ya puedes.

Kagome abrió la puerta. Él estaba descalzo y llevaba puestos unos vaqueros, aunque sin cerrar. Tenía el torso desnudo y estaba secándose el pelo con una toalla. Sobre la enorme cama reposaba una camisa seca.

Kagome había dado un par de pasos, pero se detuvo en seco ante la masculinidad que emanaba de él. Si con ropa ya era impresionante, a medio vestir quitaba el aliento.

Al verla, él también se detuvo en seco, cual estatua griega.

—¡Kagome! —exclamó él sin elevar la voz.

Él no había encendido la luz y un rayo que se vio por la ventana iluminó brevemente su rostro, cuyos ojos centelleaban. El trueno que siguió se oyó aún lejos, un murmullo amenazador.

Un Amor desde Siempre...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora