Kagome se despertó con el ruido de la ducha tras la puerta cerrada del baño. Cuando Inuyasha salió, con una toalla alrededor de la cintura y secándose el cabello con otra, ella ya estaba levantada y rebuscando en su maleta.
—Buenos días —saludó él acercándose a ella y besándola en la mejilla—. Tenemos una hora para llegar al aeropuerto. Voy a preparar café y unas tostadas mientras tú te arreglas.
Él lo tenía todo organizado y Kagome apenas tuvo tiempo de tomar aliento entre la salida del apartamento y la subida al avión. Era un jet privado y en una hora llegaron a su destino, donde les recogió un coche del hotel.
El hotel, de estilo victoriano, se hallaba en mitad de la naturaleza y junto al mar. Su habitación, muy amplia, se encontraba en la planta de arriba de una cabaña. Tenía su propia terraza, dos camas de matrimonio y en un rincón un sofá de dos plazas con un sillón a juego y una mesa de café. Les ofrecieron servirles la comida en el dormitorio o en el comedor del piso de abajo o, si lo preferían, en la terraza. Eligieron la terraza y, cuando el personal se hubo marchado, Kagome comenzó a deshacer la maleta. Inuyasha hizo lo mismo.
—Tenemos tiempo para un breve baño antes de comer. El hotel tiene piscina — propuso él.
—De acuerdo.
Kagome agarró su bañador y dudó, sintiéndose estúpidamente tímida. Inuyasha sonrió de medio lado y se dio la vuelta mientras se desabrochaba la camisa. Kagome se desnudó y se puso el bañador antes de que él se girara hacia ella con el bañador ya puesto.
Nadaron el uno junto al otro y luego Kagome flotó bocarriba contemplando el cielo azul intenso. Después de un rato, ella se acercó al borde de la piscina y se sentó allí para observar a Inuyasha.
De pronto, él nadó hasta ella, la agarró por la cintura y la sumergió en la piscina.
Kagome ahogó un grito e involuntariamente se apoyó sobre los hombros desnudos y mojados de él. Le vio sonreír algo tenso.
—Y ahora, esposa...
Él inclinó la cabeza y sus labios, húmedos y fríos por el agua, se encontraron con los de ella en un beso maestro.
La sorpresa dejó inmóvil a Kagome hasta que él la abrazó, acercando sus cuerpos casi desnudos. Él hizo que ella entreabriera la boca y una ola de deliciosas sensaciones la hicieron estremecerse. Lo abrazó por el cuello y él la tomó de los glúteos y la elevó contra él mientras la besaba en el cuello y el pronunciado escote.
A Kagome le sorprendió su propia respuesta: gritó al tiempo que su cuerpo se consumía de placer, un placer que la recorría una y otra vez, acompañado por una necesidad de estar más cerca de él, de experimentar aquel momento hasta el máximo deleite del cuerpo. Apenas fue consciente de que Inuyasha había cambiado de postura prolongando los espasmos interminables mientras ella trataba de ahogar sus gritos y gemidos sobre el hombro de él.
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Un Amor desde Siempre...
Fiksi PenggemarÉl no descansaría hasta encontrarla y exigirle lo que le correspondía por derecho.