La Película (Parte 1)

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¿Tan rápido es de nuevo el cumpleaños de mi papá? Es que ya ha pasado otro año, y he sentido como si hubiese sido tan sólo un mes.

Estaba claro que mucha gente iba a venir a casa, aunque eso no es lo que quiero detallar.

Mi papá sabe cocinar como un gran chef, e hizo para todos un buen plato gigante de ceviche.
No sé cuánto debe comer una chica de mi edad, pero yo no sé cómo no me he llenado con ese plato de ceviche. Le pedí un poco más a mi papá, pero a las justas alcanzaba para todos, así que fui directamente al frutero desgastado de la casa y cogí un plátano del único ramo de plátanos inmaduros que había.

Sé muy bien que por experiencia de casi todo el mundo, estas dos comidas son expertas en secarle la boca a una persona, lo cual es muy frustrante. O sea, un plátano inmaduro es más seco que uno normal, y como aún no me llenaba, fue lo único que tenía para comer. 

Tuve que quedarme con el resto de la familia porque por fin encontré un tema de conversación. A mis padres les gustaba que luciera bien ante mis tíos, tías, primos y todos ellos, más tener que soportar la gentuza de niños desesperantes corriendo por todas partes. Mi padre habló sobre una mudanza que próximamente íbamos a tener, dentro de unos días. Nos íbamos fuera de la ciudad, pero que cualquier día visitaríamos a nuestra familia. Creo que ese es el motivo por el cual se organizó una reunión tal como ésta, aparte del cumpleaños de mi papá (puesto que a él mayormente le gusta celebrar sólo con la familia dentro de la casa), y como me interesó saber a dónde íbamos a vivir, me quedé conversando.

Ahora, no sé cómo es que pude hablar durante casi una hora con la garganta y boca totalmente secas. Sentía que mis labios eran de una vieja; o como un dedo arrugado de tanto mojarse, solo que secos, y sobre mi garganta seca, sentía que se cerraba sola, y me daba asco. No aguanté más la desagradable sensación. Salí disparada a la cocina y cogí la primera bebida sobre la que mi vista cayó: una gran caja de Frugos sabor naranja. Era la que más me gustaba de las bebidas envasadas. Aproveché que nadie lo tomaba. Había un montón, pero a pesar de eso igual me acabé toda la caja de casi un solo sorbo. ¿No que estaba llena? Pues no, al parecer. 

El almuerzo estuvo delicioso y la visita estuvo muy bonita, a excepción de los niños escandalosos corriendo por todas partes y siguiéndome a donde vaya.
Concluyendo todo, una divertida y hermosa tarde. Lo mejor de todo es que en la noche de este mismo día, ¡nos íbamos al cine! Hace como medio año que no voy. Íbamos a ver la del Conjuro 2, una de mis favoritas de terror (al decir que es mi favorita me refiero a la primera parte). Desde hace una semana tenemos planeado salir al cine. No me gusta que la gente denote mis emociones, pero ¡estoy muy entusiasmada por ir!

Eran las cuatro de la tarde y ya todos estaban yéndose a sus casas. Encontraba muy original la idea de celebrar un cumpleaños con una salida al cine y luego salir a comer, aunque la tradicional torta también fuese deliciosa.

"Aaaaaaaahhhmmmmffff", era el peculiar sonido que producía cuando bostezaba. Me pareció raro lo repentino que me atacó el sueño. Estaba sintiéndome muy cansada de repente; creo que por haber comido mucho. Ahora sí estoy repleta.
Subí a mi habitación y me recosté un rato a ver si se me pasaba el sueño, pero ni bien me eché me dio más sueño que antes. Qué idea tan absurda.
"Bueno, he perdido la batalla", pensé. Me resultó algo gracioso ese pensamiento. Pensé en dormir al menos una hora o la mitad. Escuché a mi papá subir lentamente las escaleras al costado de mi cuarto.

Me puse de costado derecho para estar más cómoda. Tenía dos almohadas. Me recosté sobre una, y la otra la cogí para abrazarla con fuerza. Abrazar una almohada me hacía sentir bien. Sentía una sensación de serenidad en el corazón, como cosquillas. Suspiré. No tuve en cuenta que abrazar me relajaba enormemente: Quise dormir tan sólo treinta minutos. Dos horas.

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