capítulo 9

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Mis manos comenzaron a temblar y mi corazón se había detenido por unos segundos.

Era definitivo que esta persona cuya identidad desconocía; me estaba acosando, me seguía, tenía clara sus intenciones y no eran nada agradables.

No entendía el objetivo de seguirme. Esto ya no era normal, ya era enfermizo y asfixiante. Me siento confundido y asustado. Mi cuerpo no respondía. Quería moverme, quería irme, quería huir de esta pesadilla.

Un movimiento de él hizo que se encendieran mis sentidos y una alarma en mi cabeza. Traía una navaja. Desde lejos podría apreciarse el filo de la misma, tan puntiaguda,  preparada para ser enterrada en cualquier sitio sin ninguna dificultad.

Así que corrí como las otras veces que me encontró, por desgracia no se quedó atrás y alcanzo a rasgar mi saco con la navaja, rompiendo cada una de las telas que me protegían.
No me importó el fuerte ardor que emanaba por mi brazo y corrí más rápido de lo que mi cuerpo podía; me refugié en el último estante y con un nudo en la garganta. No tenía experiencia en defensa propia, sólo era un príncipe, al cual le prometieron nunca pasar por estas situaciones.

Se escuchaban pasos de lo que parecían ser botas pesadas y se iban intensificando los pasos, estaba más cerca. Se había quedado atrás por mucho, pero cuando di la vuelta al último instante, se dejaron de escuchar los pasos. Las personas que se encontraban arriba ya no estaban. Parece que busco el momento perfecto para atacarme. Me dejé caer al suelo, me sentía sin salida y derrotado. Junté mis piernas y hundí mi cabeza en ellas, sin soportar la presión.
Había comenzado a sollozar de la impotencia adjunta que tenía en el cuerpo. Me estaba entregando para que ya terminara la pesadilla, no tenía sentido seguir huyendo. Sus pasos ya se sentían a unos metros de mí y cerré mis ojos con fuerza esperando lo peor. Unos segundos después, todo el ruido fue nulo; unos de los silencios más escabrosos que había tenido. No quería levantar la mirada. Y pasó algo que nunca me imaginé. Me abrazaron con fuerza, una persona que también sollozaba.

Abrí mis ojos y era Liliana.

- ¿Te encuentras bien? -pregunta con voz temblorosa-. ¿Qué te hicieron? - Acariciaba mi brazo delicadamente en donde se encontraba la herida fresca.

-No es nada, estoy bien.- me levanté sacudiendo mi traje y limpiando los restos de polvo con furia.

-¿Cómo puedes decir eso? ¡Te encontré en el piso con un terror inexplicable y una herida en el brazo! ¿todavía dices que no es nada?

-No te incumbe Liliana. Si te dijera, no me vas a creer. Olvida eso y vamos por el libro.

-No me voy a mover de aquí hasta que me digas- decretó con los brazos cruzados.

Respiré profundo para no ocasionar un conflicto en ese momento. Pensé unos segundos lo que diría y decidí hacérselo saber, pero algo me detuvo...las luces comenzaron a apagarse, cada una de ellas, sin ninguna excepción. Se podía apreciar el crepúsculo afuera, por lo cual, los ventanales no daban bastante luz para alumbrar por completo el lugar. No comprendía el porqué pasaban estás cosas.

Pero mi cerebro reaccionó al instante. Hace unos cuantos minutos me querían asesinar, necesitaba salir de inmediato de ese lugar. Ahora mismo. Alcancé a visualizar a Liliana con la escasa iluminación que había. La sostuve del ante brazo y comencé a caminar para encontrar las escaleras principales; agradecí que Liliana no dijera ni una palabra, de seguro estaba sorprendida por la situación. Un pequeño rayo de luz hacía ver la las escaleras, así que empecé a correr, quería irme de ese lugar.
Faltando unos pasos para llegar al lugar mencionado, apareció nuevamente esa persona misteriosa aún con la navaja en la mano. No dude en meternos por los anaqueles para que no pudiera alcanzarnos. No vi con exactitud a donde había avanzado, pero lo mejor era mantenernos alertas.

Jadeantes corríamos de un lado a otro, esquivando repisas y todo lo que había a nuestro paso.
La luz del atardecer se consumía rápidamente al igual que nuestro tiempo. Nuestros cuerpos estaban sudorosos y alterados. Seguí jalando a Liliana, me costaba más trabajo porque se estaba cansando. Su sollozo se hizo notorio junto con su angustia...necesitaba salvarla.
Atravesamos unos estantes y pude mirar las escaleras principales. Sólo era cruzar unos más y ya teníamos segura la salida. Corrimos más fuerte. Se escuchó una apuñalada y un gritó me sorprendió. Había sido a Liliana. Llegamos a las escaleras y las bajamos tan rápido como nunca lo habíamos echo.
-¡Súbete en mi espalda ahora!-ordené con voz ronca.

Ella no dudo ni un segundo en hacer esa dicha acción y se montó en mi espalda. Sus sollozos y miedo me ponían mal. Corrí con todas las fuerzas que me quedaban. A lo lejos oía como tiraban cosas con frustración; muebles, repisas, mesas, y un sin fin de cosas más. Cada vez se apreciaba más cerca el sonido.

Sólo faltaban unos cuantos metros para pasar las puertas de la biblioteca. Mis piernas se debilitaban con cada paso, sin embargo no me rendí y por fin pude salir del maldito infierno.
Seguí aún sin detenerme para llegar al auto. Liliana se bajó de mi espalda y pude meterla al auto. Con las fuerzas que ya no se hacían presentes, me introduje y lo encendí. Arranqué a toda velocidad.
La noche ya había dominado el cielo y la oscuridad se manifestó. La colonia en donde se situaba la biblioteca, se encontraba apagado. Parecía muerta esa colonia.

Llegamos en un lugar más transitado y con varias personas rodeando el sitio, logré estacionar el auto con éxito. En seguida volteé a observar a Liliana, se agarraba el brazo con mucha fuerza. Sus ojos estaban cerrados mostrando señal de dolor.

-Déjame ver como tienes la herida.- dije con voz trémula. Quitó sus manos y logré ver su brazo con una herida profunda, todavía salía un poco de sangre.

-¿Era tu pesadilla verdad? la que no querías mencionar...-susurra con dolor.- ¿Por qué no querías decirme?

Me quedo callado. Le respondería en cuanto tengamos esas heridas vendadas.

-Tenemos que irnos, necesitamos ver un doctor. En cuanto estemos bien, respondo todas tus preguntas. Primero quiero que estés a salvo.

No mencionó nada más. Finalmente arranqué para un hospital. Había estado ya en este lugar para saber en donde podía conseguir uno.
Pasaron unos minutos y aparqué ya en el dicho hospital. Cargué a Liliana en mis brazos porque se veía débil y sin fuerzas para caminar.

Entramos y enseguida me reconocieron. Llegaron hacia nosotros y nos llevaron al consultorio. Nos preguntaron del porqué teníamos esas heridas tan graves y dije en cierta parte la verdad, no podía mentir, aunque omití en que esa persona ya me seguía. Pareció comprender la situación. Afortunadamente no volvió a cuestionarme y solo se concentró en curar a Liliana y luego a mí. Por último mencionó que en ese lugar habían pasado cosas extrañas a la misma hora que habíamos estado nosotros, lo escuchó en la televisión.
Eso logró tranquilizar mis nervios. Nos quedaríamos esa noche para que el doctor pueda supervisar nuestro avance en las heridas. Cada quién tenía su propia habitación con camilla y enfermeras. Había sido muy amables.

Me puse la vata y me recosté en la camilla. Las enfermeras me pusieron suero para hidratarme nuevamente.  Estarían vigilando la mayoría de la noche...y eso me ponía tranquilo. Iba a dormir mejor que las noches anteriores.

Cerré los ojos y sonreí. Habíamos escapado con vida.

Los Gemelos Erlich Donde viven las historias. Descúbrelo ahora