El fin de un mortal y el comienzo de un héroe

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Tras este período de fijación Jayden sentía todo lo que le rodeaba: como píaban los pajaros movidos por el horror de lo que veían, la brisa en la nuca que se le hacía fria debido al sudor, veía, de reojo como Thomas  había comenzado a irradiar un aura negra e iba armado con una pica y un escudo.

Con fuerzas reparadas y un hambre de sangre digna del propio Ares

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Con fuerzas reparadas y un hambre de sangre digna del propio Ares. Soltó un golpe con el escudo al aire, que encontró la cabeza de un monstruo y lo dejó aturdido,  se levantó movido por la adrenalina hizo el gesto de sacar una espada del cinturón pero no tenía nada así que empezó a dar escudazos a diestra y siniestra, como si el escudo no pesar sus kilos. Thomas, por su parte, comenzo a luchar sin ser menos, clavó su pica a dos monstruos, hizo un finta y lanzó una estocada que otro esquivó pero se encontró de frente a Égida que le golpeó en la cara. Así uno detrás de otro fueron cayendo.
  - ¿que acaba de pasar?-dijo Jayden jadeando.
  - Tienes que acompañarme-dijo Thomas también jadeante.
Los dos salieron corriendo a una avenida central y nadie se extrañaba, cosa que sorprendió a Jayden, ya que, al fin y al cabo iban vestidos de griegos.
Al preguntar a Thomas este le explicó que solo podía ver su armadura aquel que fuese hijo de un dios, de un primordial o que creyera en los olímpicos como sus únicos dioses. Tras esto cogieron un taxi, en mitad de la calle y tras 20km más o menos llegaron a una aldea en la falda del monte Pelión.

Esta aldea conservaba muy bien la arquitectura de la Grecia clásica y allí se sintió como en casa; la naturaleza, el canto de los pájaros, las flores y las gentes, todo le hacía sentirse genial como si toda su vida empezara y acabara allí en la aldea de Artemisa.
Cuando llegaron al corazón de la aldea, había esperandoles un hombre a caballo.

 

El hijo de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora