Him & I
Otras horas más y tendría que salir en busca de Dayana en la academia de gimnasia. Seguía teniendo una sonrisa en mi cara por el evento que habíamos tenido la noche anterior y para ser sincero, me gustaría repetirlo. Me di el tiempo de relajarme, estaba pasando un gran día sin estrés a pesar de las cosas que tenía que hacer y entregar o las juntas a las que tenía que asistir.
Poco después, salí disparado de la oficina hasta la casa, quería saber algunas cosas de Dayana, sí, sentía una gran curiosidad por saber de los libros que ella había leído y abriendo la puerta de su habitación, el olor a perfume de sandía llegó hasta mi nariz, inhalé profundamente, era el perfume que me gustaba oler.
Todo estaba en su lugar, el oso que tanto ella decía y que tenía como apodo "O lo hace el oso", estaba en medio de su cama sonriendo como si supiera en dónde había estado algunas veces, burlándose de mí porque él había estado más veces que yo. En algún lugar de la habitación tendría que encontrar algo y mirando por los estantes, pude ver unos libros, no era nada más y nada menos que el libro de Cincuenta Sombras que tanto ella decía, eso no era nada; encontré atrás, cubiertos por diccionarios, discos y películas, el libro de donde ella había sacado "la leche", el autor anónimo de Memorias de una Pulga y justo detrás, Justine del gran Marqués de Sade, estaba perdido y ella estaba ganándome.
—Dayana, ¿qué estás haciendo?
Y como siempre, la esperaba fuera de la academia diez minutos antes, ella salió corriendo con una sonrisa. Me dio un pequeño abrazo aguantándose las ganas de subirse sobre mí.
—¿Cómo fue tu día? —le abrí la puerta.
—Bien.
Una vez en camino a casa, Day hablaba sobre lo que había hecho en el día, la nueva vuelta que acaba de hacer y lo lejos que había llegado su pie sobre su cabeza, lo decía con emoción, dando palmaditas y sonriendo con los ojos llenos de brillo. Desearía que Jason pudiera escuchar y ver la forma en la que expresaba sobre lo que la apasionaba y se lo conté.
—Hermano, me dejaste con tu travesura —reí al sentarme en la tumba de Jason, él solía decirle así—. No sabes lo mucho que ha crecido, en todas las formas posibles.
Suspiré, el panteón en la madrugada no daba tanto miedo como se dice, no si has cometido es mismo error que yo. Quería encontrar una manera de hablar sobre lo que pasaba con alguien y que mejor con mi amigo, que me escuchaba a través del viento.
—Lo siento, Jason. Puedo jurarte que no quise enamorarme de tu hija, lamento haberla besado y acostarme con ella —llevé las manos a mi cabeza—. No puedo evitar no desearla, me hace tan bien y tú sabes que la quiero y que la cuidaré, incluso de mí mismo. Te extraño, hermano.
Encontré sentido en el aire que pasaba a través de mi cara y tuve que irme del cementerio porque parecía que el mismo viento me había dicho que no podía cuidar de Day desde kilómetros.
El sol apenas se podía ver poniéndose, por la ventana de mi habitación era muy claro verlo y mientras yo revisaba un artículo de trabajo sentado en mi cama con la computadora en mis piernas, todo estaba en silencio, tenía una pequeña canción de fondo pero en lo más mínimo de volumen para no despertarla. No fue hasta escuchar un grito que me dejó pasmado hasta levantarme de un salto de la cama, escuché sus pasos por el pasillo hasta el estruendo de la puerta al abrirse, pude verla y analizar lo que acaba de ocurrirle, la tenía a tres metros y pude ver su cara llena de lágrimas, me alteré cortando la distancia en unos pasos.