prologue.

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Him & I

Y aunque muchos odiaran lo que somos juntos, nadie podía entender que habíamos creado un universo sólo de nosotros.

Sus libros tenían algo en especial, tanto como lo era ella, había un secreto dentro de ellos, algo tan grande como para satisfacer una necesidad, muchos sólo los hubieran tirado, ningún ladrón que no sepa el valor de un buen libro, hubiera buscado dentro de ellos.

Dayana era un libro, no de esos que aburren, sino de esos que hasta de la portada te enamoras, ese libro que al abrir podías oler algo nuevo, que cuando pasas la hoja sientes la textura casi cortándote la piel, pero al fin y al cabo, un buen libro que te deja frases grabadas en la mente.

Dentro de sus libros ella escondía dinero, con ellos podía comprar un aparato, otros libros, maquillaje o lo que sea que otra persona hubiera comprado o lo que comprara una chica de dieciocho años. Cada cinco páginas ella tenía un billete, en cada uno de sus casi treinta libros, del más pequeño hasta el más pesado que casi rompe su estante. Su cama estaba llena de todos los libros, se tomaba el tiempo para sacar cada billete y ponerlo sobre una caja cerca de donde yo estaba sentado. Ella decía:

—Lo guardaba para un momento especial —hizo a un lado su cabello que colgaba por su espalda, en su mente tenía la idea de cortarlo de nuevo hasta los hombros—. Perdón por robarte dinero.

—Es tuyo también.

Me miró sonriendo, sus labios tenían el labial rojo, sus pestañas se juntaban cada que ella sonreía y sus hoyuelos me mataban.

—Te amo bastante, Justin.

—Yo a ti, pequeño demonio.

Rió volviendo a las páginas sacando dinero. Sacudió la cabeza de un lado a otro.

—Recuerdo a la bruja Freya, me odiaba, aunque seguro que tenía envidia a mis pestañas.

—Te tenía envidia, eso era cierto.

Desde mi lugar podía verla de rodillas, su trasero hermoso y sus pechos, amaba saber que yo los había hecho así y eran sólo míos.

—Day, ¿es tanto el dinero? Estoy comenzando a cansarme —me atreví a darle una nalgada.

—Se nota la edad —sonrió mostrándome los dientes.

Ella sabía que yo no podía enojarme, estaba enamorado de mi aún hija legal, con la que hacía cosas ilegales desde los doce.

—Ya veremos si es la edad la que no me deja —sonreí.

—Me encantaría saber.

Lanzó una risita y siguió en su asunto. Pasados los minutos sacó el último billete, recordaba a ese dólar, se lo di en su cumpleaños número nueve, tal vez ella también lo sabía, sonrió risueña y se giró hasta poder verle y tocar mis rodillas.

—Recuerdo la primera vez que me diste un billete, te amaba tanto, te quería para mí y era una celosa.

—Me acuerdo también, eras hermosa, lo sigues siendo.

Se subió en mi regazo para abrazarme y llenarme de besos, tanto los que pudo me dio, diciéndome que me quería así como yo a ella.

—Vámonos, ya debemos de empezar nuestra vida juntos, oficialmente, sin escondernos de la ley —colocó sus manos en mi cara—. Somos tú y yo, vámonos, Justin.

—Lo haremos, te lo dije hace tres años y lo cumpliré.

Tan rápido como pudo, sacó una hoja que guardaba en su libro favorito, todos lo sabemos, ese libro que tanto la llevó a rogarme por hacer cosas que nadie más se atrevía.

—Solían decirme si me hacías algo, quien más lo preguntaba era mi madre, le dije que no y lo escribí pero se fue.

Extendió la hoja a mí y con la caligrafía de hace tres años, no había variado tanto, todo era perfecto en ella. Podía leerse:

"Madre, tal vez no deberías tomarte el crédito cuando nunca estuviste para mí. A veces me decían si mi madre ya había hablado conmigo sobre la menstruación o sobre un chico que me gustara, todas hablaban de lo lindo que era salir de compras con sus madres y yo no podía hacer más que escuchar. Mi papi Justin, me enseñó, me dijo que iba a tener menstruación cada mes, él es mi héroe y tú ¿qué eres? Te acercas más a una extraña, que juzga por la apariencia y juzga sin conocer la historia de su hija. Al final siempre seremos él y yo, cruzará mi corazón y esperaré morir, mi papi nunca me mentiría. Seremos él y yo"

Levanté la mirada, ella sonreía cada vez más. Que me perdonen pero estaba enamorado de mi hija, de lo más valioso en mi vida.

—Te dije que te enamoraras de un niño de tu edad —sonreí levantándome—. Pero decidiste quedarte con un viejo aburrido.

—El viejo que me hace feliz —me abrazó.

—Tú y yo, Dayana.

Este no era nuestro final, apenas empezábamos a tener nuestra historia, sin leyes ni juzgados diciéndonos qué está mal y qué está bien, era nuestro inicio.


gracias, x

him & I «j.b»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora