him & I
Su complemento para vivir un sueño era yo así como ella lo era para mí. Dayana quería correr como yo lo hacía a su edad, cuando corría con Jason para evitar que nos golpearan o hacer una locura, pero una gran diferencia era que nosotros estábamos juntos para siempre y Dayana iba a ser arrancada de mí lado sin haber cruzado el pasamanos.
No estaba listo para un juicio, ni ella lo estaba pero teníamos que hacerlo y ahora era su turno. Yo la esperaba sentado impacientemente, Day estaba adentro con un juez, un psicólogo, abogados y no sé qué más. Todavía podía recordar lo que dije, al pie de la letra, podía recordar lo que me habían preguntado.
—¿Desde cuánto conoció al señor Jason Johnson? —preguntó el juez.
—Desde pequeños, nuestras madres son amigas.
La sala tenía un silencio un poco incómodo y claramente se escuchaba el teclado de la computadora mientras escribían.
—¿Por qué la pequeña Dayana debería quedarse con usted?
Suspiré, no tenía que pensar en esa respuesta, era lo que más amaba con toda mi vida.
—Porque la quiero, la he visto desde que nació, estoy eternamente atado a ella, la quiero tanto como si fuera mi propia hija. Jason me confió su seguridad. Es mi mejor amigo, le hice una promesa, le prometí que estaría en las buenas y en las malas y aunque no esté ahora conmigo, esa promesa seguirá. Day es lo que más tengo ahora.
—¿Su madre no tiene el mismo derecho? —siguió diciendo.
—Lo tendría, por supuesto que sí, pero la dejó por años, una madre no deja a su hija por no saber qué está haciendo en su vida, no deja a la persona a la que le dio vida por seguir viviendo como si no tuviera una responsabilidad, una madre ama, cuida, reza por el bien y ella decidió marchare por la puerta del aeropuerto.
—¿De qué habla?
Oh vaya, Holly no había contado la parte de la historia.
—Holly se marchó cuando Day tenía casi dos meses de nacida. —recordé ese momento— Corrí hasta alcanzarla al aeropuerto, le dije que no se fuera, que tenía una hija y una pareja. Ella no escuchó, dijo que no podía quedarse. Le dije claramente, se lo dije.
—¿Qué fue lo que dijo, señor Bieber?
—Que si cruzaba esa puerta para tomar el avión, no volvería y ella sólo se fue.
El juez tomó su barbilla. Las teclas seguían sonando, yo quería tener a Day cerca, siempre cerca de la mejor manera, de la más sana.
—Una cosa más —volvió a hablar—. ¿Por qué usted es el tutor de la menor si su abuela también podía serlo?
—Jason lo pidió, no fue mi decisión, no estoy diciendo que no quiera o que me arrepienta.
—¿La menor se siente a gusto con usted?
—Sí.
No mentí, no era algo que yo hiciera a menudo. La sesión duró una hora, algunas preguntas me las hacían con aparatos para saber si no mentía, no lo hacía.
Mi pie seguía golpeando el suelo, los minutos comenzaban a ser eternos, el reloj parecía que había olvidado cómo avanzar. La puerta se abrió, de ella salieron los abogados y el nuestro con Dayana a su lado, por cuestiones de la ley, no podíamos hablar y yo la extrañaba. Ella caminó por el pasillo mirándome, tenía emoción en sus ojos y un miedo que se asomaba por ellos, sonrió, tenía la sonrisa más bonita de todo el mundo, podía pasar una eternidad mirando su sonrisa. Sus labios se movieron para decirme una sola cosa.