Him & I
Solamente por verla moverse sobre mí o quedarse quieta debajo, me sentía pleno, sentía que tocaba el cielo siendo llevado por ella. Aunque era cotidiano lo que hacíamos, alguna parte de mi seguía sintiéndose culpable por besar sus pequeños labios y tocar su delicada parte.
Por más que los años pasaran, no me sentía bien por seguir acostándome con la niña que es legalmente mi hija. Deberían legalizar a las de quince, porque Day cumplía quince años y yo me la cogía desde los doce.
Tenía esa manía de volverme loco con las cosas que se le podían ocurrir, yo podía trabajar y darme el tiempo de atenderla y hacer que me atendiera en la oficina cuando estábamos solos. Suena un poco anormal ¿no?
Caminé por el pasillo que me llevaba a su habitación, la puerta estaba cerrada y mi estómago ya sentía cosas por todos lados, tenía que decir que ya eran más de tres veces que encontraba a Day metiéndose mano y me emocionaba eso. Abrí la puerta mirando el espacio, mi libido que estaba ansioso por salir, se apagó por completo, Dayana no estaba en su cama. Sus pies estaban arriba y su cabeza tocaba el suelo, pegada en la pared, se sostenía para no caerse, levantó la mirada y sonrió.
—Hola, Day ¿qué estás haciendo? —caminé hasta su cama.
—Matando el tiempo.
Dejó caer sus pies hasta el suelo, los calcetines de piñas eran sus favoritos, era irónico porque odiaba la piña en fruta. Su respuesta me dejó pensando un momento, Day no salía, no quería hacerlo, aunque no me lo pedía tampoco le nacía querer salir, pero dentro de mí sentí que era yo quien la privaba a salir por el hecho de cuidarla tanto, me sentí culpable de su aburrimiento.
—Y tú ¿qué haces? —dijo dejándose caer en su cama para ver la revista.
Aunque más para verla, hizo que su trasero quedara en mi vista. No puedo evitar reír cuando lo hace, está incitándome a hacer cosas con ella. Quince años, quince benditos años y yo me la cogía desde los doce.
—Estoy mirándote —susurré para que se girara para comprobar si lo estaba haciendo. Lo hizo—. ¿Quieres hacer algo? Empiezo a aburrirme.
—¿Qué te parece salir por comida?
Sonreí cuando se colocó delante de mí dando brincos. Podía salir con ella, no quería que estuviera siempre encerrada en casa.
Day había pedido tanto para poder salir con su amiga Aída, querían hacer un trabajo en su casa o algo así. La dejé en la puerta de la casa de su amiga y me fui a la oficina. Quería regalarle algo, algo que necesitara y que se acordara de mí cuando lo viera, ¿qué podría regalarle yo a Day? Tal vez una pulsera con un dije de sandía, ella amaba la sandía.
Me pidió que no fuera por ella, el padre de Aída se encargaría de traerla y eso no me tenía muy paciente cuando regresé a casa, mi pie no paraba de moverse y aunque el sonido de la televisión me acampanaba, las conversaciones no lograban mantenerme distraído, el sofá iba a tener mi marca. Escuché un auto afuera, dejé a un lado la copa de bourbon que tenía desde hace ya unos minutos. Dayana entró corriendo dejando a un lado su mochila, tenía una sonrisa y al parecer no podía verme, no hasta dejarse caer en la puerta y mirarme sentado con la camisa desabrochada y mi pierna cruzada con el tobillo en la rodilla.
—¿Qué haces ahí? —dijo arrastrando su mochila.
—¿Por qué tan tarde? Casi son las ocho de la noche, estoy preocupado y tú sólo preguntas que qué hago aquí.
—Oh vamos, se me fue el tiempo. Además su padre me trajo, es un hombre de unos cuarenta años —sonrió—. Estaba bien, Aída se quedó con su madre...