CAPÍTULO 2: GARRAS DE METAL

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El viento era muy fuerte, como si se fuera a formar en cualquier momento un huracán junto a ellos. Habían cruzado el portal y no se separaban mucho de él. ¿Podría ser que se cerrara y se pudieran quedar atrapados allí? ¿Se podría volver a abrir de nuevo?

Por la parte de atrás del portal todo era una pared de roca, estaba casi enterrado en una cueva de piedras enormes que parecía que en cualquier momento se les caería encima.

Todos miraron atónitos a Jim, sabían que él escondía algo, y no lo había contado. Jim supo lo que los demás pensaban en ese momento.

Jim: ¡Ha sido el libro! Él me dijo que viniera y usara mi sangre en el portal... ¡Lo juro!

Los demás sabían que era cierto, pero... ¿Qué es eso de que "el libro me dijo..."? - Preguntó Carla.

Jim: Esa página del libro cambiaba... Al principio dijo lo que os leí en alto, pero después cambió y decía que no dijera nada más, y que viniera hacia la verja del templo... A lo mejor he hecho algo malo.

Jim se seguía sintiendo igual de raro... como con un peso encima desde que leyó aquel libro...

De repente escucharon un rugido desde la selva. Un rugido enorme, y no podía ser el viento. Se fijaron por un momento, y vieron cómo varios árboles eran derribados en dirección hacia ellos... Parecía que algo muy grande y fuerte se acercaba. De repente a todos les volvió a la cabeza la idea de haber liberado a la sombra de la que hablaban los libros. Y no querían quedarse en ese lugar para que les comiera los primeros.

¡Tenemos que irnos! - Dijo Manu. Todos empezaban a temer lo que podía salir de ahí y se acercaron de nuevo aún más al portal, pero en ese momento descubrieron que el portal ya se había cerrado.

¡No puede ser! – Se habían quedado sin escapatoria en el peor momento posible y algo venía aún desde la selva hacia ellos, Jim se escondió detrás de los muros de cuarzo, entre las columnas y las piedras de la cueva. Los demás le siguieron y miraron de reojo lo que estaba ocurriendo.

La cosa que venía hacia ellos no era una, si no quizá cientos de velociraptores medianos y rápidos, pasaban corriendo desde un lado a otro, entre el portal y el trozo de pradera que tenían al frente antes de volver a la selva. Casi todos seguían de frente sin constatarse de que los chicos estaban en ese lugar, escondidos. Pero alguno se paraba, olisqueando algo que empujaba el viento... Algo que no habían olido nunca.

Tina: Es tu colonia, ¡Tiko!

Tiko: Perdonad, es que me he puesto nervioso y no quería que olieseis mi sudor.

Manu: ¡Pero si eres un robot! Tú no sudas, tío.

Tiko: También es verdad, pero oye, ¡disculpadme eh! No estaba en mis planes encontrarme con unos pocos cientos de dinosaurios hambrientos justo ahora. Al menos a mí no me van a comer.

Carla: ¿Queréis dejar de discutir? Que nos van a oír.

Mioru se había mantenido callado todo el tiempo, parecía que no estuviese ahí, de hecho... Su curiosidad le había podido antes de que llegaran los dinosaurios y se adelantó a los demás. Cuando empezaron a romperse los árboles se había convertido en gato y subió a uno de estos árboles que tenían justo al frente. Los demás se dieron cuenta justo en ese momento de que faltaba.

Manu: No puede ser, Mioru está allí... Si se dan cuenta de que está en ese árbol irán a por él.

Jim: Pero no tenemos nada con que defendernos, ¡si salimos ahí nos van a comer!

Tiko: ¡No os preocupéis señoras! Que tengo la solución. En nuestro mundo, mis padres tienen control de mi armamento interno, se envía una señal desde un satélite cada pocos segundos para controlar y denegar mis permisos. Pero aquí no hay satélite.

Dimensiones: El rey de las sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora