Capítulo 2

379 64 10
                                    

Sobre una muy silenciosa avenida, un elegante automóvil blanco se había estacionado en frente de una residencia de tres niveles.

Sabiendo que su dueño no estaba, una bella morena descendió de aquel vehículo buscando en su costoso bolso negro –yendo a una puerta de rejas desde donde podía divisarse las escalinatas que llevaban a la entrada principal– un juego de llaves.

Con esas, la visitante se dio el acceso hasta el interior del lujoso lugar. ¿Admirarlo? No se dieron tiempo al ya conocerlo, sino que con cierta urgencia se dirigieron al despacho. Otra área igual de elegante; también impecablemente limpia y organizada.

Para dejarle igual y sin un rastro de su presencia, la morena, de nueva cuenta de su bolso que colgaba de su delgado brazo, sacó un par de guantes y los colocó en sus bien cuidadas manos, disponiéndose consiguientemente a husmearlo todo con bastante prisa.

La encargada de la vivienda durante la ausencia de su patrón, salía justamente a esa hora a darle un paseo a un hermoso perro labrador Retriever, mascota de la secretaria de un padre, o sea, de ella. De esa morena que movía cajones, papeles, libros y en cada intento se frustraba de no encontrar su objetivo.

Uno más lo fue la vitrina victoriana que yacía en una esquina y frente a un sillón de la misma época. De su interior, consistente en una variedad de licores y copas, también se buscó entre ellas hallando lo mismo: nada; y preguntándose:

– ¿Dónde carajos pudiste haberlo metido, Terrence?

Golpeando insistentemente su zapatilla contra el suelo, la morena, conforme miraba nuevamente todo a su alrededor, pensaba.

La oficina de un mediano edificio ya había sido revisada. Ese despacho igual. ¿Su recámara?

– No – se dijo la morena observando un reloj. – No me dará tiempo de ir hasta allá. Eduviges está por regresarse y...

Para no ser pillada, incluyendo a su auto, la morena se propuso a salir e irse de ahí. Otro día y quizá hasta con una excusa podía volver, al fin y al cabo, Terrence no tenía fecha para abandonar el centro de rehabilitación. Entonces para reportar personalmente lo hecho en aquella vivienda, la mujer manejó hasta la ciudad.

Allá, la esperaba un hombre; y lo hacía exactamente en un reservado de un extravagante restaurante, diciéndose en el momento de estar frente a frente:

– ¿Y?

– No tuve éxito.

– ¡Demonios! – espetó el varón estrellando su puño en la mesa y tirando así la copa de licor que bebía.

– Debemos tranquilizarnos – le sugirieron; además le indicaron tomar asiento.

– Ya tenemos una semana buscando, ¿cómo es posible que nada encontremos?

– Terrence es hábil. Pudo haber sabido lo que pretendíamos hacer con él en la fiesta.

– Sí, claro; y mayormente si alguien se lo hubiera dicho

– Richard –, ella lo nombró y lo tomó de la mano al notar el dejo de desconfianza en una mirada, – estoy contigo en esto. Y lo mismo que tú quieres yo también.

– Lo sé, linda. Perdóname – se inclinaron a besar un dorso; – pero también comprende que estoy desesperado. El tiempo se me acaba y...

– No te preocupes. Yo conseguiré todo para ti. Y si me lo permites... me gustaría visitarlo.

– ¡No! – una mano se agarró con posesión de la otra diciéndose: – Ya no quiero que te involucres más con él. Bien o mal es mi hijo; y no es nada agradable saberte...

Desintoxicado por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora