Capítulo 5

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De un viejo jeep color verde militar, descendió un apuesto hombre de pantalones caqui, tenis negros, playera blanca, chaleco café y gafas oscuras. En su boca mordía un palillo; y conforme sus dedos lo sostenían, de abajo hacia arriba se dedicó a mirar las inmediaciones del centro de rehabilitación.

Este lugar lo visitaba... con suma frecuencia. Principalmente cuando a él llegaban los mensajes de la sargento Candy White, colaborada en cubierto de la policía y la encargada de verificar las anomalías que ahí se vivían.

Muchos de los internos, por sus familiares resguardados, acudían ahí para ser ayudados con sus peligrosas actitudes o vicios. No obstante, ninguno ignoraba los métodos que llegaban a aplicarse con tal de obtener un buen resultado. Claro que éste dependía bastante de quien quería reformarse y volver sano a la sociedad. Los que no, simplemente permanecían encerrados, al fin y al cabo, que, comida, techo y lecho no les faltaba sin la necesidad de cansarse demasiado.

¿Los ejercicios? Bueno, en su mayoría hombres, les gustaba lucir una fornida figura; y la hora de levantarse, más tardaban en hacerlo que volver a sus camastros para seguir durmiendo. Papá y mamá pagaban muy bien, y el de Terrence... bilis hacía en el momento de estar escuchando lo que todavía no obtenían. Para hacerlo...

Creyendo una buena oportunidad que el herido interno sólo contaba con la compañía de la doctora, el comandante Andrew se dirigió al hospital.

A metros de una cama, Candy había ocupado una silla; y paciente, miraba y aguardaba a que unos ojos fueran abiertos.

Sin el éxito buscado, minutos ya habían pasado; y la médica, mientras revisaba al paciente, comenzó a sentirse nerviosa. Y eso porque... un pulso apenas se percibía. Los ojos estaban dilatados y una temperatura bastante fría.

Despotricando, la galeno se colocó el estetoscopio; y el diafragma en el pecho del inconsciente hombre.

La mujer que lo miraba todo desde cierta distancia, preguntaba sin alterarse:

– ¿Qué pasa?

– N-nada.

La percatada turbación consiguió se indagara:

– ¿Estás segura?

Porque presintió peligro, Candy dejó su lugar para volver a acercarse tanto al paciente como a la médico que se alejaría rápidamente de ellos para ir a una puerta, desde la cual informaría al que venía en su dirección:

– Hay complicaciones.

Detrás del comandante, a paso veloz venía otro hombre para decirle:

– El Inspector Cornil está aquí.

– ¡¿En este momento?! – se preguntó habiéndose fruncido un ceño extrañado. Y por lo mismo que se intuyó un problema esa presencia:

– ¿Qué hacemos con el interno? – del cual querrían saber:

– ¿Ha dicho algo por lo menos?

Una cabeza negó en lo que una boca decía:

– Sus mandíbulas están completamente trabadas.

– ¡Maldición! – se espetó. – ¿Qué tan grave es lo que tiene?

– La herida fue un simple arañón. Lo que no está aceptando muy bien es...

– ¡Perro infeliz! – se vociferó para interrumpir la sentencia. Ya más sereno, el titular de ese lugar le diría al mensajero: – Bueno, vayamos adonde el inspector y tú... – la doctora – intenta hacer algo con aquél – que durante una ausencia...

Desintoxicado por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora