Salí del restaurante para encontrarme a una Judih destrozada, estaba sentada en la acera, en el escalón que la separaba del arcén, con su vestido azul marino el cual resaltaba mucho con su tono pálido de piel, se veía muy pequeña ahí agachada sujetándose las rodillas y la cabeza entre ellas.
-Hey, siento mucho por dónde se han ido las cosas esta noche, no dejes que te afecte.
Me senté junto a ella dándome igual si se ensuciaba o no mi vestido, ella levantó la cara para verme y me dio un abrazo, la verdad es que no me lo esperaba, lo cierto es que yo fui la principal causante de esta situación, si no me hubiese abierto mi bocaza seguiríamos comiendo tranquilamente.
-Es que tú no lo entiendes, él estaba tan enamorado y ahora me hacía caso y no es la primera vez, pero ahora… ahora es la última, y yo… yo no sé si… no sé qué hacer.
-¿Qué me estás contando chica? Ese capullo te acaba de dejar como una mierda y tú me estás diciendo que lo único que te preocupa es que él no te vuelva a llamar. En serio deberías mirarte el orgullo y la dignidad, con todo respeto.
-Es que yo le quiero.
-Pues creo que no te merece, busca a alguien que valga la pena. Es lo único que puedo decirte, no pierdas el tiempo. ¿Vienes dentro?
-No gracias, ya he llamado a un taxi. Ya nos veremos
-Como quieras.- Me levanté y volví a entrar al local.
En la entrada, apoyado en la pared, estaba Alex, revisando el móvil al parecer. Cuando me sintió llegar alzó su mirada para encontrar mis ojos llenos de rabia, resentimiento y advertencia.
-Para tu información la has dejado hecha polvo. No sé cómo, pero siente cosas por ti y tu solo la estás utilizando.
-Mañana la llamaré, le echaré el polvo que necesita y se le pasarán las tonterías, no te preocupes por ella. – ¡Me lo dijo tan tranquilo! Como si de un ser humano no se tratase.
-Cada palabra que sale de tu boca me da más asco.
-Yo desde esta noche solo puedo pensar en una cosa que pueda entrar y salir de la tuya.
Con esa sonrisa de suficiencia, sabía exactamente que intentaba fastidiarme, hacerse el interesante solo porque creía que me hacía la difícil. Era un conquistador nato, buscaba retos, las chicas fáciles le aburrían, como en el caso de Judih, pero conmigo no iba a funcionar. Conocía a demasiados hombres como para saber los suficientes trucos de perversión así que solo decidí seguirle el juego y para ello tenía que sacar todo el armamento del que disponía.
Yo también sabía poner sonrisas juguetonas, y con ella me acerqué a él de tal manera que lo único que separaba nuestros cuerpos era la tela de su camisa y mi vestido. Le quité el móvil de las manos y lo guardé en mi escote, en ese preciso instante sentí como su boca se abría, su respiración se hacía más intensa y entrecortada, sus pupilas se dilataban y algo dentro de su pantalón crecía rápidamente. Alcé mis manos a su cuello para acercarme más a él y cuando mis labios rozaban el pequeño aro negro de su boca y los suyos estaban a solo unos milímetros de distancia de mí levanté la mirada a sus ojos. Sus manos acariciaban mi espalda, con la palma abierta para sujetar lo máximo posible mi piel, mis manos pasaron a su pelo.
-Quizás con las alemanas te funciona, pero conmigo la llevas clara. - Levanté mi rodilla con la dirección y fuerza precisa a su entrepierna tirando al mismo tiempo de sus pelos echando su cabeza hacia atrás para que no hiciese ningún movimiento extraño e inmovilizarlo.
-¡Que hija de puta! – Resbaló por la pared hasta el suelo, quedándose en una posición fetal, con las manos en la zona donde creía tener las neuronas, su expresión era de sufrimiento y dolor pleno. No es para menos, si bien dolía una patada en los testículos, cuando tenía las pelotas hinchadas por la excitación dolía aún más. Sabía jugar mis cartas y hasta que se acuerde no volverá a jugársela a una mujer al menos delante mía. Me agaché más cerca de él.
-La próxima vez te lo piensas mejor, ¿vale? Y agradece que fue mi rodilla y no los tacones de aguja porque si no ahora mismo lo que tendrías en tus manos no sería precisamente agradable.
Lentamente me levanté y me dirigí con paso tranquilo y seguro hacia la sala donde estaban los demás dejando a un Alex sorprendido, dolorido y humillado en el pasillo de la entrada del restaurante. Al menos por diez minutos no podría levantarse.