12. Nuevos indicios

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El centro asistencial más importante de la ciudad se hallaba saturado. Camas completamente ocupadas a diario y una demanda de medicamentos que no lograban cubrir, contribuyendo a la histeria colectiva.

Desde que se había desatado la crisis, el nosocomio había sufrido dos ataques violentos: el primero, de parte de un grupo de familiares que había perdido a un niño a causa de un choque anafiláctico. Los deudos, habían destrozado equipos y amenazado a las enfermeras y doctores, exigiendo respuestas.

El segundo había sido un asalto comando: cuatro delincuentes armados atacaron la farmacia del Hospital y se llevaron dos millones y medio de pesos en viales de Epinefrina, la droga que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Ese mismo día, varias droguerías denunciaron haber sufrido ataques similares: robos en sus depósitos y tres camiones de reparto desaparecidos. Con el paso de los días hubo faltantes, no solo de los preciados viales, sino también de los demás medicamentos, ya que los malvivientes se llevaron contenedores completos. Y lo que no les sirvió, apareció desechado en el vertedero local.

Ante el desabastecimiento, los medicamentos aumentaron su valor de venta, especialmente la Epinefrina, que empezó a venderse en el mercado negro a diez veces el precio habitual. Esto generó que la gente se volcara aún más al Hospital, que no tenía cómo responder a la demanda.

Tras el ataque se evidenció que el Nosocomio se encontraba completamente desprotegido, por lo que su director, el doctor González Soler, exigió públicamente al estado que le dieran protección policial, a fin de garantizar la seguridad tanto del personal como de los pacientes. Su reclamo fue escuchado y tres días después el Centro de Salud ya contaba con una guardia policial permanente. Aunque esto no evitó otros desmanes posteriores, de menor gravedad.

Frente al desolador panorama de una crisis sanitaria nunca antes vista en la ciudad, el director del Hospital sintió cierto alivio al recibir la visita de Marcela y enterarse por ella de que estaba trabajando junto a un investigador para tratar de desentrañar el asunto. La conocía de años y, sabiendo de su fortaleza y determinación, sintió esperanzas por primera vez desde que todo había comenzado.


—No sabés cuánto me alegra que estés trabajando en esto; hace falta más gente como vos para terminar con esta situación lo antes posible.

—Puede que esto lleve más tiempo del que podamos prever...

—Tomate el tiempo que haga falta —la interrumpió, amablemente—. Extenderemos tu licencia por el tiempo necesario para que puedas trabajar tranquila y lograr avances.

—Muchas gracias, señor Director, es muy generoso de su parte.

—Es lo único que puedo hacer —exclamó el doctor.

—En realidad... hay algo que puede hacer para ayudarnos con la investigación.

—Lo que necesités y que esté a mi alcance, no reparés en pedirlo.

—Bueno, el verdadero motivo de mi visita —explicó la enfermera, con algo de timidez— es que necesitamos contactar con algún virólogo. Precisamos plantearle numerosas dudas y pedirle que analice, de manera independiente, muestras obtenidas de las víctimas.

El doctor González Soler asintió y con creciente entusiasmo, se puso manos a la obra: tomó su celular y su agenda, y ahí mismo hizo varias llamadas. En media hora le concertó personalmente, cinco entrevistas con eminencias en el tema.


La enfermera se retiró satisfecha, no sin antes agradecerle al director su intervención con los trámites tras la muerte de Jessica.

Cacería de brujas   (Incompleta y abandonada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora