4. La noticia

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El día estaba muy caluroso, al igual que la jornada anterior. Marcela terminaba de lavar los platos del almuerzo y Jessica, le ayudaba a secar.

-No hace falta que me ayudes, hija. Andá a ver la televisión o recostate un rato.

-No má, con este calor no se puede dormir. Además, es lo menos que puedo hacer. Para cuando me levanté esta mañana ya habías hecho todos los quehaceres, ¡con las ganas que tenía de hacerlos yo!... -le respondió haciendo un puchero falso.

-¡Jaja! -se rió con ganas-. Es que esta mañana estaba fresquito. Si te hubiera dejado las cosas para hacer a la tarde, con el calor que está haciendo, te hubiera dado fiaca -le dijo, cerrando la canilla y secándose las manos con un par de servilletas.

-Bueno, má, pero no me mimés tanto que, cuando tenga que vivir sola, ¡no sé qué voy a hacer sin vos! -le respondió la joven, abandonando el repasador con el que secaba los cubiertos, para abrazar a su madre-. ¡Te voy a extrañar! -agregó fingiendo la voz de una niña pequeña.

-¡Ay! Jessi, no me hagás poner sentimental, ¡que no te dejo ir nada a estudiar tan lejos! -le contestó Marcela, devolviéndole el abrazo. Tras un momento, suspirando, añadió con tristeza- ya me tengo que ir.

Se separaron y Jessica se acomodó en el modesto sillón frente a la tele, mientras su madre tomaba el bolso que ya tenía preparado con su uniforme y algunos enseres, y se dirigió hacia la puerta para irse a trabajar. Antes de salir, le indicó:

-Acordate de entrar la ropa que está tendida, con este calor, no se sabe en qué momento se desata una tormenta.

-OK, má, andá tranquila -le respondió la joven, despreocupadamente, buscando con la punta de los dedos el control remoto del televisor entre los almohadones de su asiento.

-¡Ah!, y en la heladera te dejé una milanesa de ternera; con la ensalada que sobró del almuerzo, ya tenés la cena -y al ver la mueca de asco de su hija, agregó-: sí, ya sé que no comés carne roja, pero fue lo único que conseguí. Comé aunque sea un poquito, ¿sí? La próxima, te consigo una de pollo, lo prometo -le dijo, haciendo ahora ella un puchero falso. Su hija le devolvió una sonrisa de satisfacción y Marcela se marchó tranquila.

Jessica habiendo encontrado el mando a distancia, se dispuso a ver un poco de televisión para distraerse del calor. La casa que compartían con su madre no era precisamente lujosa. Carecía de equipo de aire acondicionado; solo un pequeño ventilador brindaba alivio a los agobiantes días de verano. Su padre no aportaba económicamente hacía años y Marcela, con su sueldo de enfermera, y haciendo turnos de 12 horas, a duras penas lograba poner el pan sobre la mesa. Por lo que no podían permitirse ostentaciones.

Jessica consideraba que su madre se esforzaba demasiado. Siempre la había luchado sola y se había encargado de que no le faltara nada. El próximo año ella se iría a estudiar a otra ciudad; no muy lejos, solo tres horas de viaje. Pero el dejar sola a su progenitora, le hacía sentirse culpable. Le hubiera gustado pasar más tiempo con ella antes de marcharse, pero Marcela no podía permitirse rechazar las horas extras, ya que de hacerlo, no llegarían a fin de mes.

La joven empezó a pasar los canales, en busca de algo que llamara su atención. Al pasar por el canal de noticias local, se detuvo atraída por las letras rojas que se leían en la parte inferior de la pantalla.

«Doble crimen en el Hiper Sol», rezaba la placa.

Subió el volumen para oír lo que decía la joven periodista -hermosa, rubia y con rasgos agudos:

-¡Reiteramos!: Ya estaría identificado el autor del doble crimen del Hipermercado. No sería otro que el siniestro empleado de limpieza, de nombre «Pablo V.», quien habría cometido los asesinatos a sangre fría de los dos indigentes.

-¡Indignante!, Gabriela -secundaba el periodista que compartía la pantalla con la rubia.

-Totalmente, Martín. Las infelices víctimas habrían sido atraídas al estacionamiento por este perverso personaje que, insistimos, se llamaría «Pablo V.», quien aprovechándose de la necesidad de estos pobres hombres, les habría ofrecido comida envenenada, con la intención de acabar con sus vidas, ya que éstos «le provocaban asco».

-Realmente, un monstruo, no hay otra palabra para describirlo -volvió a comentar el hombre-, y estos detalles los obtuvimos de...

-Todo lo que te cuento se desprende del testimonio de un testigo, que habría oído al ordenanza confesar los crímenes, y cuya identidad mantendremos en reserva, para evitar cualquier tipo de represalias en su contra...

Jessica se quedó impactada con tan terrible noticia. «La gente está loca», pensó. ¿Cómo alguien podía hacer algo así? Y ella que pensaba irse a vivir lejos. Situaciones como ésta le hacían dudar de si dejar a su madre era lo correcto. Siempre habían sido solo ellas dos. ¿Y si alguien intentaba dañarla cuando estuviera sola? ¿Y si alguien atacaba a su madre? Eso sí que no se lo perdonaría.

Pero Marcela la había apoyado tanto para que siguiera sus sueños, que abandonarlos no era una opción. No quería defraudarla, con todo lo que ésta había sacrificado por ella. Por eso, aunque aún faltaba todo un año para irse de la ciudad, ya había reservado una pensión económica, cerca del campus, para evitar gastar en transporte y no sobre exigir a su madre con la demanda de dinero.

Cuando volvió en sí de sus elucubraciones, el noticiero había cambiado rotundamente de tema: un joven de piel trigueña y vistosos ojos verdes, con un sombrero a lo Cocodrilo Dundee, hablaba en inglés. Pero nadie traducía. En la placa se leía «De Australia a la Argentina». Jessica puso los ojos en blanco. La emisora local era de cuarta, ni siquiera traducían las notas que sacaban al aire.

Fastidiada, cambió de canal en busca de alguna película o serie que le hiciera olvidar la noticia tan escalofriante que había oído antes y la ansiedad que le provocaba abandonar el nido.

***

Diego entró hecho una furia a la oficina de Héctor y se dejó caer en el sillón. No quería interrumpir, por lo que se quedó callado. Pero sin poder ocultar su frustración, se llevó ambas manos a la nuca e involuntariamente negaba de a ratos con la cabeza, y daba bufidos cargados de odio.

Ceballos estaba firmando unos papeles y los iba depositando en la cima de una alta pila, que se balanceaba peligrosamente a su izquierda, sobre el escritorio. Toda la mesa estaba llena de pilas de expedientes y carpetas, tan altas que empequeñecían a su dueño. Cuando terminó con la última, levantó la vista y se dirigió a su protegido, esbozando una sonrisa torcida:

-Veo que ya viste las noticias de las doce -le dijo con sorna. Diego que se estaba conteniendo, dio rienda suelta a todo lo que pensaba desde que había visto la noticia.

-¡No puedo creer que esa mina haya dicho tantas boludeces juntas en el noticiero del horario central! ¡No tiene cara! ¿Cómo piensa sostener tantas mentiras? Tendríamos que hablar con el fiscal para que la impute por falso testimonio

-Desahogate todo lo que quieras acá adentro, pero no te mandés la cagada de llamar la atención sobre el caso allá afuera -le advirtió su superior, mirándolo con gravedad.

-Pero si ni siquiera sabemos si fueron homicidios o no. Después de lo que dijo esta... lunática, ¡la opinión pública nos va a caer encima! -argumentó Diego.

-No, quedate tranquilo. Haceme caso y no levantés la perdiz, que esto en un par de días se olvida -y con un gesto amable de la mano, lo invitó a que se retirara.

Diego, comprendiendo que Héctor estaba demasiado ocupado para sus berrinches, se levantó con semblante abatido y se retiró.

Cacería de brujas   (Incompleta y abandonada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora