3. La escena

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Héctor Ceballos fue el primero en ser notificado del hallazgo de los cuerpos en el Centro Comercial y el primero en llegar al sitio a las dos y treinta de la madrugada. Se ocupó de organizar los equipos, ordenó la delimitación de la escena y dispuso del personal necesario para realizar todas las tareas pertinentes.

Los peritos recorrieron uno tras otro el lugar del hecho; uno colocó marcas junto a todo lo que parecía relevante; otro fotografió, en distintos ángulos y desde diferentes distancias, los cadáveres y todo lo que había sido marcado con antelación. En seguida fue el turno del especialista que recogió, embolsó y etiquetó todas las pruebas y rastros, previamente fotografiados; y el último recolectó las huellas, tanto de los fallecidos, para su identificación, como las que halló sobre todas las superficies dentro del área delimitada.

Entre tanto, Ceballos había llamado a su mejor hombre, Diego Domínguez, para contar con su ojo experto. Pero mientras éste venía en camino, Héctor recibió orden de su superior de no malgastar recursos. «Sólo son dos vagos de malvivir. Seguramente nadie va a reclamar los cuerpos, ni mucho menos, exigir saber de qué se murieron», le había dicho al teléfono. Cuando Diego arribó a la escena, encontró a Ceballos despachando al resto de los peritos.

—Jefe, ¿qué tenemos? —dijo Diego ni bien llegó frente a su mentor.

—Nada, Diego, disculpá que te haya hecho levantar —le contestó Héctor, un tanto contrariado por la situación.

—¿Cómo que nada?, hay dos cuerpos —insistió con vehemencia, señalando los cadáveres que estaban siendo embolsados para su traslado a la morgue.

—Todo parece indicar que fueron muertes naturales, así que vamos a cerrar el caso acá.

Diego quedó desconcertado con la respuesta de su superior, e insistió por lo bajo, para no desautorizarlo frente a los demás agentes.

—¿Es joda, Héctor?, ¡cayeron muertos al mismo tiempo!, sería mucha casualidad.

—¡Qué se yo, Diego!, esta gente puede haber andado en cualquier cosa —le respondió Ceballos, también en voz baja—. A lo mejor fue una sobredosis de algo. O de tan borrachos que estaban, se desvanecieron y estuvieron al rayo del sol todo el día. ¡Vos viste el calor que hizo ayer!, se pueden haber deshidratado... —argumentó, tratando de sonar convincente.

—Justamente porque no hay certezas, es que tenemos que esperar el resultado de las autopsias antes de cerrar el caso —refutó Diego.

Ceballos dio un profundo suspiro, cerrando los ojos.

—No entendés, Diego —le dijo pausadamente—. No va a haber autopsias.

Dicho esto, se retiró a seguir dando indicaciones al resto del equipo, dejando a su protegido sin habla por la impresión.

Cuando éste se hubo recuperado, divisó a un muchacho de unos 22 años, de cabello castaño y contextura delgada, que se encontraba sentado en un rincón, con cara de estar realmente traumatizado, y  decidió acercarse.

—Disculpá, ¿vos fuiste quien los encontró? —le preguntó.

El joven asintió sin emitir palabra. Tenía la mirada perdida en un punto invisible en el espacio que los separaba. Diego se acuclilló frente a él y consiguió que éste lo mirara.

—¿Cómo te llamás?

—Pablo. Pablo Villa —respondió el joven, con un hilo de voz.

—Pablo, ¿ya te vió el médico?

—Sí, me dijo que me quedara acá hasta que se me pase el shock... pero no se me pasa... 

—Está bien, es normal; te debés haber llevado un susto de aquellos, ¿no? —le dijo sonriendo, tratando de aflojar la tensión.

—¡¿Susto?! —gritó el chico, desencajado— ¡Casi me muero del espanto! Me caí arriba de uno y se me metieron los pelos en la boca —le explicó, señalándose exageradamente la cara —no recuerdo cuántas veces vomité... —concluyó, regresando a su estado casi catatónico, con la mirada perdida en el vacío.

—OK, tranquilo —le dijo, levantando ambas palmas. Evidentemente no estaba como para un interrogatorio. Sin embargo, no quiso dejar pasar la oportunidad—: ¿Sabés si a alguien le molestaba que vinieran por acá? —le preguntó, observando detenidamente la cara del muchacho, para ver su reacción.

—No, a nadie le molestaba —expresó, negando con la cabeza—. Si hasta les dejaban comida buena, separada de la basura, para que tengan qué comer —argumentó, a modo de confirmación.

Diego se quedó reflexionando sobre lo que Pablo acababa de revelarle. Le agradeció y se retiró de la escena.

***

A las seis de la mañana Gabriela ya estaba en el canal, esperando que arribara Claudio, su contacto en el área de Sonido y Edición. Cuando lo vio llegar, en seguida se le acercó y guiñándole un ojo de manera pícara, lo tomó del brazo y lo llevó para su oficina. Claudio ya sabía que Gabriela actuaba así cuando quería un favor, y accedía a hacer lo que fuera, con tal de conseguirlo. Así que se dejó llevar sin resistirse, con una sonrisa tonta en el rostro.

Una hora más tarde estaban en la consola, escuchando la reproducción de lo que éste había logrado filtrar de la grabación. El rostro de Gabriela mostraba una mueca de desagrado, mientras que, de vez en cuando, tomaba nota en su libreta. Por los auriculares se oía mucha estática y de vez en cuando algunas palabras, que parecían provenir de dos personas diferentes:

«...Pablo Villa..., ...¿el médico?..., ...es normal..., ...¡¿susto?!..., ...vomité..., ...OK, tranquilo..., ...dejaban comida...»

Cuando terminaron de escucharlo por tercera vez, Gabriela se quitó los auriculares con fastidio

—¿Eso es todo lo que pudiste sacar de la grabación? —le recriminó— ¿Sólo unas palabras sueltas, sin sentido?

—Es lo que hay, Gabriela, no es mi culpa —se defendió, Claudio—. La grabación era de muy mala calidad. Seguramente estabas muy lejos de la fuente del sonido —argumentó.

—No me jodás, Claudio. ¡Pagué muy bien por tu trabajo, para que me salgás con esta mierda! —y se fue hecha una furia, dando un portazo.

Claudio le iba a contestar que la paga no había sido tan buena de todos modos, pero a último momento, decidió abstenerse.

Ya en su oficina, Gabriela inspiró y exhaló profundamente varias veces, para lograr calmarse y preparar su mente para el trabajo que tenía por delante. Abrió su notebook y empezó a teclear frenéticamente la historia que iba a presentarle al productor, para la edición central. Tenía piezas sueltas de un rompecabezas, solo debía hacerlas encajar. Y donde le faltaran partes, tendría que improvisar.

***

Cacería de brujas   (Incompleta y abandonada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora