Prólogo

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-¡Eres un bastardo! Jamás debiste haber nacido.

El padre de Matías había llegado nuevamente ebrio a la casa que compartía con su hijo de casi dieciocho años. El joven había sufrido agresiones verbales y físicas desde que tenía memoria, pero eso pronto acabaría, en cuanto cumpliera la mayoría de edad iba a salir corriendo de esa casa de locos.

-¡Espero no encontrarte porque si lo hago, voy a matarte como mataste a tu madre! – Matías estaba en el techo de la pequeña casa, escondiéndose como siempre de ese monstruo que ni siquiera merecía el título de padre.

La mayoría de las veces que venía ebrio le recordaba que él había matado a su madre, porque ella había tenido complicaciones en el embarazo que llevaron a la muerte pocas horas después de tener a su hijo. Una sola vez había hablado con su padre sobre la enfermedad que su madre tenía. Cáncer. Y había soportado todo el embarazo para poder ver a su hijo, y al menos había tenido la oportunidad.

Cuando era pequeño, a sus seis años se culpaba por la muerte de su querida madre, la mujer que mantenía fuerte y sobrio a su alcohólico padre, y cuando ella había dejado este mundo, el mundo de Pablo se había acabado. Ni siquiera su hijo con días de vida pudo mantenerlo sobrio. Pero ahora que ya casi era mayor – hablando de edad, porque desde los ocho años había trabajado para mantener la pocilga que su padre llamaba hogar – comprendía que él no había sido el causante de ese desastre. Nadie tenía la culpa en realidad, porque su madre no había querido abortar, aunque muchas veces Matías deseaba que lo hubiese hecho. También deseaba que su madre no se hubiese muerto, sabía que todas las cosas serían diferentes si ella se encontraba con ellos, pero el destino era muy incierto y había cosas que no podían repararse, la muerte es lo único irreversible.

Se hizo una pequeña bola, escondiendo su rostro entre sus piernas, sabía que su padre no lo encontraría, pero si lo hacía iba a golpearlo hasta cansarse, ya había sentido sus nudillos muchas veces, pero no estaba dispuesto a que vuelva a ponerle la mano encima. Miró al cielo, generalmente el cielo estaba despejado y podía ver las estrellas, esos pequeños puntos muertos siempre le sacaban una leve sonrisa, imaginaba que su madre estaba en el cielo – aunque no creía en cosas religiosas, al menos le gustaba pensar que ella estaba en un buen lugar no como él – y a veces hablaba con ella. Le contaba sus sueños y deseos, le contaba que quería ir a la escuela como sus amigos del barrio, que quería seguir una carrera profesional en el baloncesto, pero todo se había acabado cuando cumplió doce y se dio cuenta que nada de eso era posible.

Su padre no quería que Matías asistiera a la escuela porque era dinero "mal gastado", obviamente porque no lo invertía en alcohol. Pero lo que su padre no sabía, es que Matías asistía a una pequeña escuela del barrio donde les enseñaban las cosas básicas, sabía leer y escribir que era lo que más le importaba. De vez en cuando, veía programas de ciencias y tecnología en el pequeño televisor de la biblioteca, pero todo eso se había arruinado cuando se padre se enteró de lo que estaba pasando. Lo encerró en su habitación una semana entera, aunque él conocía cada rincón de la casa y cabía por todas las ventanas debido a su delgado cuerpo, se escapaba durante las noches cuando su padre estaba tan ebrio que no podía levantarse del sillón.

Sentado en el techo, observando las grandes nubes que se estaban formando se preguntó, ¿existiría un final feliz para él? Sabía con certeza que la respuesta era no, porque ¿quién iba a querer a un chico completamente roto? ¿Podría alguien enamorarse de él? ¿Podría él amar a alguien? Sabía que la respuesta para ambas preguntas era un rotundo no. Nadie quiere a alguien con tantos problemas, y él no podría amar a nadie porque ni siquiera se amaba a sí mismo.

Vio un destello en el cielo que hizo que sus problemas se olvidaran por una milésima de segundo, cerró los ojos y sintió una calidez que nunca había sentido en su vida, como si alguien lo abrazara y le susurrara que todo iba a estar bien, que todo iba a mejorar. Pasado el minuto, abrió los ojos y la sensación se había ido, pensaba que se había vuelto loco, ¿ya había perdido la cabeza? En realidad, la había perdido hacía tiempo.

Soltó un largo suspiro y volvió a levantar su vista, buscaba nuevamente esa luz que había surcado el cielo, parecía una estrella fugaz pero de color violeta combinada con rosa, algo que nunca había visto en su vida, algo que nunca volvería a ver, ¿o si lo haría? Sacudió su cabeza y se levantó, el techo estaba a unos cuatro o cinco metros del suelo, pero no le importó cuando saltó hacia el patio trasero. Sus pies apenas rosaron el suelo, como si hubiese caído con una lentitud inexplicable, como si alguien lo hubiese sostenido mientras caía.

Comenzó a correr, sus pies nunca habían sido tan rápidos y su respiración apenas estaba agitada. Corrió y corrió durante horas sin mirar atrás, saliendo del barrio y de la ciudad donde se había criado, no sabía que había sido eso que sintió sobre el tejado y mucho menos lo que había pasado cuando saltó, pero lo que si sabía con certeza, era que las cosas iba a mejorar.

Mi misión - YoonMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora