Capítulo cinco.

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—Bueno —dijo Matt aclarando su garganta—, tenía pensado... —hizo una breve pausa y se corrigió—. No te diré, es una sorpresa —dijo con una sonrisa. Sonreí con él y murmuré "oh, claro".

Al salir del edificio el frío aire de Canadá me golpeó en la cara y no pude evitar estremecerme.

—Oh, hace frío. Perdón. No tienes abrigo, ten el mío —dijo tan atropelladamente que por un momento no entendí el porqué se quitaba su saco. Lo ubicó sobre mis hombros y mis mejillas tornaron un color carmesí.

—Gracias —murmuré apenas. Él sonrió y le sonreí de vuelta; mi estómago estaba hecho un lío.

Luego de caminar por un par de cuadras llegamos a un bonito restaurante. Me hizo entrar primero, como todo un caballero, y nos sentamos en una mesa vacía junto a la ventana.

—Muy bien, Mel —dijo él en cuanto el mesero se fue con nuestra orden—. Háblame de ti —sonreí nerviosa ante él y me sonrió de vuelta con una sonrisa tranquilizadora.

Le comenté sobre mi familia, sobre cómo llegué a Canadá con tres amigas (omití lo de Luke, creo que no era necesario), le hablé sobre lo que me dedicaba y de que siempre llego tarde. Es como un don. Luego Matt me habló sobre él: tenía dos hermanas menores que vivían con su padre, su madre había fallecido por un accidente en auto. Me contó que estudió en criminología y me asombré, no es porque pensé que era modelo. No, claro que no. También me enteré de que ha vivido casi toda su vida aquí en Canadá, a excepción de esos dos años de estudiante de intercambio.

Seguimos hablando por toda la velada. Era sin duda un chico atento, guapo y divertido. Casi no dejé de reír esa noche, creí que mis mejillas se acalambrarían de tanto sonreír.

—Diablos —maldijo asombrado al mirar la hora. Estábamos en un parque sentados en el pasto, riéndonos y hablando sobre nuestros sueños e infancia. Alcé una ceja ante su repentino comentario y se explicó—. Faltan diez minutos para las 12 y estamos algo lejos del departamento. Seguramente tu amiga me cortará la cabeza.

Reí ante su exageración y le di una sonrisa diciéndole que mi amiga solo estaba siendo dramática, que seguramente había visto Cenicienta minutos antes. Él rió y le sonreí de vuelta.

—Se está haciendo algo tarde. Volvamos al edificio —propuso Matt luego de un rato e hice un puchero—. No quiero que mueras de frío, en este lugar podrías acabar con neumonia —Sonreí ante su preocupación y me sonrió con sus ojos juguetones.

—Claro, está bien —dije con una sonrisa fingida. Hasta lo que conozco de él, es una persona genial para estar sin aburrirte.

Matthew se levantó del picoso pasto primero para luego tenderme su mano. Sonreí ante él y le correspondí. Cuando estuve de pie, nuestros rostros quedaron a centímetros y pude sentir su respiración chocando con la mía. Nuestras miradas no lograban separarse y sus manos no evitaron posarse en mi cintura. Mis manos viajaron hasta sus hombros y escuché risas al fondo. Lo ignoramos y acercamos nuestros rostros hasta sentir sus labios rozando los míos.

—¡Consíganse un cuarto! —exclamó un chico y un grupo de personas empezaron a reír.

—Será mejor que vayamos —murmuró Matt y asentí con mi cabeza.

Comenzamos a caminar en dirección al edificio en donde nos hospedábamos; me explicó que hace un par de meses había conseguido un apartamento en ese lugar.

El trayecto fue algo silencioso pero no incómodo. Era agradable estar con él, después de todo.

Llegamos a la puerta de mi apartamento 10 minutos más tarde y le tendí su saco.

—Gracias por esto. Fue una gran primera cita —dije sonriéndole y Matt sonrió de vuelta.

—Claro que sí. Gracias a tí, Mel. Fue un gusto conocerte. Espero que en algún futuro no muy lejano, aceptes una segunda cita —dijo él con tono coqueto y le respondí que de eso no cabía duda. Nos despedimos con un abrazo algo inesperado y entré en mi apartamento. Por suerte estaba todo oscuro lo cual significaba que las chicas ya estaban durmiendo.

En cuanto caminé a mi habitación escuché unas voces exclamando.

—¡¿Qué tal te fue?! ¡¿Fue un caballero?!

—¡¿Es guapo?! ¡¿Te trató bien?!

—¡CHICAS! —exclamé. O grité. No sé bien, esas mujeres no se callan—. ¿Podemos hablar de esto mañana en la cena, estoy agotada.

—Ooh —sentenciaron a la vez.

—Muy bien. Nos vamos —identifiqué a Martina por su compasión.

—¡Pero yo quiero saber! —exclamó Alma como una niña pequeña mientras Martina la arrastraba de la habitación.

—¡Buenas noches, Mel! —exclamó la chica compasiva y le devolví la despedida.

—¡Buenas noches, chicas! —exclamé yo y me dejé caer en la cómoda cama para dormir en brazos de Morfeo.

Un nuevo comienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora