Anatomía

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Sergio Andrade había figurado en el mundo político del país al ser una de las piedras angulares de la investigación de varios casos de trata de personas, en su mayoría procedentes de Medio Oriente que arribaban por el Mediterráneo en deleznables barcos que los traficantes conseguían por internet a bajos precios, subían a una multitud desorbitante de migrantes y los ponían en el altamar como quien acomoda unos cuantos niños en una tienda de juguetes.

   Y gracias a eso fue que Antonia tuvo su primera gran impresión en la madrugada del día siguiente mientras descansaba en una incómoda cama que le había dejado como saldo un espasmo muscular en la espalda.

   Brad le había sugerido pasar la noche en su apartamento, pues los cierres viales le harían gastarse dos horas más de lo normal y tan fatigada para pedir algo diferente, aceptó la propuesta y una hora más tarde tras del fallecimiento de su esposo y la demora en los tramites en la morgue del Saint Clement, se decidió a marcharse con su antiguo amigo, ahora único apoyo, hasta un colorido edificio del centro donde la dejó "descansando" mientras él iba en busca de apresurar la autopsia para determinar la muerte, y mientras pensaba en esta, en la mente de Antonia se acuartelaban las últimas palabras de su marido el día anterior:

    –Algo sucedió pero no puedo decírtelo ahora. Algo grave que cambiará nuestras vidas para siempre.

    –¿De qué estás hablando?

    –Mañana cuando regresé platicaremos de ello, pero antes debes prometerme que vas a cuidarte. Hay alguien que quiere herirte...

   –¡Vamos, Sergio!, comienzas a asustarme.

   Tomó un tabaco de la cajonera de la alacena y lo encendió.

    –No debes temer mientras estés contigo- espetó el humo desde su boca que formó círculos deformes en el espacio del comedor-. Hay fuerzas políticas y militares inmersas en el asunto que he estado investigando, de hecho en mi último viaje al Líbano pude comprobar que hay más personas de las que creemos involucradas en todo esto.

    –No me está gustando nada de lo que dices.

   Sonrió con levedad mientras se acercaba para besar su frente.

    –Descuida- sus labios estaban casi tan húmedos como sus manos-, mejor toma el violín y toca para mí.

   Dichas palabras no hubiesen tenido tanta concurrencia de no ser porque fue lo último que escuchó de su esposo la noche anterior cuando se encontraban para ir a la cama.

   Antonia echó un vistazo afuera contemplando como de a poco el sol se burlaba a rayos vociferados de las cruentas lluvias del día anterior. Barcelona siempre parecía un buen lugar para ambos. Lo fue cuando la hepatitis se llevó a su madre; también lo fue cuando un malhechor segó la vida de su padre para siempre, malhechor que aún era invisible para ella. Y aunque por determinados hechos cualquiera hubiese podido dar un juicio sobre la desgracia de aquella ciudad, ellos podían dar fe de que era el mejor lugar del mundo solo porque estaban juntos para verle.

   Riñó un poco con su mente para sobrellevar el peso de que de un momento a otro todo había cambiado y aquella protección perpetua que Sergio le había jurado, también se había esfumado, se había perdido como perdida estaba su mente, se había ahogado como ahogadas estaban sus palabras para tan siquiera expresar un poco de satisfacción a ese paisaje matutino que ella había presenciado gracias al insomnio que la adrenalina y las malas noticias suelen dejar.

   Revisó la cama y el cuarto y pudo saber que no era el suyo.

   Un estilo Vintage muy poco común en personas como Brad. Una mesa de noche con La Metamorfosis abierto en la página 84 y una lámpara de neón que servía como iluminación para los 7 metros cuadrados de una habitación que incluía un baño con tina y una estantería con sales marinas de aquellas que tanto le gustaban para los días en los que la presión de las historias que debía escuchar la angustiaban tanto.

La ViolinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora