Restos

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La Estación de autobuses y taxis Charles Helou de Beirut, parecía más bien una base militar.

   Las fuerzas del gobierno custodiaban la admisión y partida de pasajeros, debido a una amenaza de bomba del día anterior. Más sin embargo, y según Paulina, dicha terminal solía permanecer en completa calma, salvo durante ciertos episodios como aquel, en los cuales la gobernanza central de la ciudad recibía información por parte de Hezbolá de incursiones armadas provenientes de Siria y que estaban fuertemente relacionadas con el Estado Islámico o sus afiliados.

   Pero los rigurosos controles no habían surgido de la nada y más bien se podían deber a los atentados de noviembre del 2.015 en los cuales poco más de 40 personas perdieron la vida y más de 200 resultaron heridas en un barrio del sur de la ciudad, hechos que se extraviaron en la memoria del mundo y pasaron a ser plato de segunda mesa, por causa de la dolorosa matanza de París justo el día siguiente.

   En teoría era un sitio exótico, alejado de la modernidad y de la limpieza, pero con un nimbo palmario muy particular que inspiraba y hasta atraía.

   Los vendedores ambulantes no malgastaban su tiempo realizando siestas o juegos en las aceras y por más que su idioma fuese el más inconcebible para un occidental, se veían encantados en convidar sus productos a cualquier tipo de transeúnte que se paseaba por la estación, mientras que los auxiliares de abordaje de los vetustos autobuses que se aparcaban de forma diagonal, anunciaban próximas salidas, o en su caso, se enfadaban por una maleta descomunal o en nombre de alguien que se entrometía sin haber cancelado las miles de libras necesarias para viajar.

    — Es sugestivo este sitio- mencionó la lozana mujer quien se acercaba con los boletos en la mano-. Me gusta.

    — ¿Te gusta?

   La mujer observó en rededor.

    —Hay algo en el ambiente, no sé, es algo especial.

   Los ojos de Emiliana estaban abuhados de tantas lágrimas que vertió mientras emprendía el camino hacia la aeronave con ruta Atenas- Beirut. El doctor Eslava nuevamente había conseguido sortear la seguridad de los puestos de control, con un certificado expedido por la Misión Humanitaria Internacional que la relevaba de solicitar los tediosos permisos exigidos por el régimen de Michael Aoun.

   La condujo casi a rastras, como quien moviliza a un reo hasta la celda de punición, y antes de ingresar a la aeronave, sintió que todo era como un palimpsesto amorfo y degradante que la doblegaba en repetidas ocasiones, que la ultrajaba de una forma tan vil como una bofetada del ser amado. Entregó en sus manos una tarjeta con los datos del médico en Lesbos y unos cuantos billetes europeos.

   Ella por su parte dio vuelta atrás en un acto de consuelo y secó las lágrimas de sus ojos, jurándose nunca más volver a llorar aun cuando el sufrimiento colosal la embargara como un visitante homicida. Tomó el aire más incorruptible de lo insondable de su alma, y sin más palabras se precipitó como un pequeño ante lo nuevo, al tiempo que su corazón estremecido le vociferaba en sollozos inanes que no lo hiciera. Pero no, ya no había vuelta atrás.

   Los taxis de la capital libanesa tenían la particularidad de ser empleados por varias personas al tiempo, quienes parecían querer asfixiarse unos con otros en una travesía que a veces duraba hasta 3 veces más de lo previsto, debido a los indecorosos asuntos de seguridad que día tras día se presenciaban en las autopistas del país

   Los autobuses, la mayoría transfronterizos, tenían que sortear las difíciles condiciones que se presenciaban una vez se cruzaba la línea que marcaba el inicio de una guerra civil. Las autoridades en Siria no habían logrado detener la acción militar insurgente que se extendía a sus anchas como el sol en el desierto, y a pesar de que el avance de las tropas oficiales plenipotenciarias de Bashar al-Asad restituían la calma como una dosis de morfina, los terrenos ocupados por los opositores al jerarca cada día se hacían mayores y el control estatal se empobrecía con los desertores quienes, al igual que el mundo, no hallaban una razón para proteger a un líder sanguinario.

La ViolinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora