- Hijos míos, esperaba que nunca llegase este día- el hombre de mediana edad se paseó por la plataforma de madera sin mirar a la muchedumbre que se extendía hasta el horizonte. No parecía importarle hasta dónde alcanzaba su voz, pues hablaba para convencerse a sí mismo y a sus más allegados-. Pero, los teiri, esas mediocres criaturas de orejas puntiagudas y cerebro de ratón ya no obedecen nuestras órdenes. ¡No quieren darnos el Esshventhe rojo, la roca que nos pertenece por designio de los dioses primigenios! - se oyó una exclamación de horror generalizada. ¡Si dejaban de tener Esshventhe rojo todo se iría al traste! El hombre aplacó los murmullos acongojados de la gente con un gesto de las manos-. Lo sé, lo sé. Los teiri no tienen derecho a negarnos la obtención de este preciado material. ¡Un regalo del cielo para ayudar a nuestra cultura, a nuestra especie a renacer de las cenizas de nuestros antepasados!<<>> ¿¡Acaso hemos dejado de ser los reyes del planeta?!- preguntó, a voz en grito.
- ¡¡NO!!- respondió la multitud.
- ¡Entonces, acompañadme en este tiempo aciago!- exclamó, alzando los puños en el aire-. ¡Y, recuperemos el hogar que siempre ha sido nuestro!- las aclamaciones se intensificaron. El pueblo apoyaba al rey hasta el final, lucharían con dientes y con ballestas.Con gritos y con el espíritu. Pues eso era lo único que sabían con exactitud. Aquel era su legado, la herencia de sus antepasados. Los dioses los habían salvado por alguna razón, ¿No?
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- Jamás me creerías, Valkeri- el muchacho lo seguía por las copas de los árboles, con clara dificultad. Era complicado mantener el ritmo de Gill cuando corría entre las ramas de los Iyrggh. Era conocido por todo el reino de Ran'var*.
- ¡Si me lo contaras podría llegar a entenderlo, pero ya veo que ni siquiera eres capaz de esperarme!- protestó el otro joven, notando como el sudor resbalaba por su frente.
Al fin, Gill se detuvo en un claro a recuperar el aliento; tenía las manos y los pies cubiertos de barro, pero no parecía importarle lo más mínimo. Valkeri se acercó a él y ambos se tumbaron en la suave hierba para mirar las estrellas, como habían hecho siempre desde que tenían uso de razón.
- Bueno- el teiri de ojos verdes giró la cabeza y miró a su amigo con notable impaciencia-. ¿Me vas a decir porqué has llegado tarde de nuevo?- su compañero rió, achinando sus rasgados ojos ambarinos, para después mirarlo también, con una pícara sonrisa bailándole en los labios.
- He conocido a alguien- sólo dijo, y se le veía tan contento que las marcas azuladas de sus mejillas brillaron, iluminadas por Etells, la luna. Valkeri suspiró para sí.
- Gill, eso no le gustará a tu padre- el chico le lanzó un puñado de hierba y se tumbó de costado, dándole la espalda a su amigo, que se pasó una mano por su blanco cabello. Gill siempre iba en contra de las normas, no le importaba desafiar a su padre, a su deber para con el reino... Y, Valkeri lo había respaldado durante muchos años. ¿Cómo no iba a apoyar a su mejor amigo, que sólo quería divertirse y jugar? El tiempo pasaba, él había madurado, sabía que no podía seguir escabulléndose de sus responsabilidades. No con la guerra que se avecinaba. Pero, aún así... En parte comprendía a su amigo, demasiado dulce y travieso para tomarse las cosas en serio. Valkeri sabía que Gill nunca había deseado la vida que tenía. Pero, era la que le había tocado-. Gill- lo llamó, pero este siguió ignorándole-. Gill, vas a cumplir diecinueve años. Y, ya sabes lo que ocurrirá...- entonces el chico de alocado cabello canela se volvió hacia su amigo. Había furia en sus ojos de cristal.
- ¡Déjame ser libre una noche más!- exclamó, y pese a haber alzado la voz, aquello no sonó como una orden, sino como una súplica. Un último anochecer sin responsabilidades, una última vez siendo un niño. Cuando el alba despuntara, ya se convertiría en adulto. Valkeri bajó la cabeza y le dirigió al joven una mirada tímida.
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Cristal de Sangre. Saga de La Profecía. Vol IV.
FantasyA mi prima Raquel, una fan loca e incondicional. El mundo ya no es lo que era. Los dioses han desaparecido como en una nube de polvo. Nadie sabe dónde están ni porqué han abandonado la Tierra. El ser humano ha caído en desgracia tras mil años solos...