19. Contubernio.

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Maese Warrdaiyl se recogía los bajos de su pesada túnica para caminar sin que estos quedaran manchados de tierra húmeda y hierba. A esas horas no debería estar deambulando fuera de las murallas del castillo.

  Una capucha cubría sus facciones arrugadas y oscurecidas por los años, dejando solo entrever un ápice las marcas púrpura, antaño de un pálido malva de sus pómulos y su mentón; las marcas de los eruditos y los sacerdotes.

Caminaba con prisa, lanzando miradas desconfiadas por encima del hombro; como si temiese que lo vigilaran. Había algo en su andar que denotaba temor y nerviosismo; sus pasos eran cortos, apresurados. Tenía que llegar a su destino y regresar a palacio sin levantar sospechas.

El murmullo del río acompañaba sigilosamente al anciano por las riberas, como un compañero de sombra y peligro, hasta que Warrdaiyl decidió tomar un atajo. Las luces tenues de unas antorchas se vislumbraban en la lejanía, e hicieron que el corazón se le subiera a la garganta.

- Pensé que ya no vendríais, maese Warrdaiyl- pronunció una voz ronca desde la oscuridad. El aludido se inclinó sumisamente ante él.

- No es sencillo esquivar a los guardias rojos del palacio de Ran'var, mi señor- se disculpó el anciano, a lo que recibió un chasquido de molestia por parte del otro individuo.

- Sin embargo, aquí estáis- respondió, e hizo un gesto con la mano indicando al erudito que se irguiera de nuevo-. ¿Qué habéis averiguado?

- El príncipe posee más conocimientos bélicos de los que imaginaba- parecía que hablase para sí mismo, con la cabeza en otra parte y la mirada perdida-. Llevo observándole desde que nació, y siempre he pensado que era un muchacho salvaje, demasiado rebelde para sustentar el peso de una raza sobre sus hombros.

- ¿Y, no lo es?

- ¡Lo es! Pero, algo me dice que será un contrincante peligroso a la hora de la verdad.

- ¿Qué proponeis entonces?- el anciano teiri miró al hombre a los ojos.

- Llevad un mensaje al rey Brewjem- mandó-. Decidle que su primer objetivo será capturar al príncipe heredero. De esta manera, el rey Rhyasdan no podrá negarse a entregar el Esshventhe rojo restante... Y, si no lo hace...- una sonrisa maliciosa comenzó a bailar en sus labios resecos-. Tendrán la guerra que tanto ansían.

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Con el primer amanecer, Gill se levantó, aseó y vistió solo. Seguidamente, tocó la puerta de su alcoba y pocos segundos después, oyó las llaves del guardián girando en la cerradura:

- ¿Qué deseáis, alteza?- preguntó Mirzan, el alto teiri de cabellos grises con voz ruda apareciendo frente a él y tapándole la vista del corredor.

- Llevo días encerrado aquí, deseo dar un paseo por los jardines para estirar las piernas- el soldado no miraba a Gill a los ojos, pero el joven pudo notar como tragaba saliva profusamente.

- Eso no es posible- declaró-. Por favor, volved a vuestra alcoba- Mirzan dio un paso hacia él, queriendo que este retrocediera, pero el príncipe heredero solo se irguió más sobre sus pies.

- No soy un prisionero, soy el príncipe y, como tal has de obedecer...

- Sigo órdenes directas del rey, su alteza- lo cortó el guardia-. Vuestro poder no es comparable al suyo, por favor, regresad a vuestra alcoba- Gill parpadeó, incapaz de decir palabra y la puerta se cerró en sus narices, seguido del familiar sonido de las llaves girando en sentido contrario; dejándolo de nuevo allí, sólo y encerrado.



Cristal de Sangre. Saga de La Profecía. Vol IV.Where stories live. Discover now