Y la necesidad lo llevó a la puerta del cuarto en que Camila dormía. Ese era un límite que él aún no sobrepasaba, no ingresar al territorio del otro era un acuerdo tácito entre ambos. Estaban las áreas comunes, donde él la espiaba sin culpa, dónde todo lo que él le hiciera sería justo y válido; pero también estaban las dos habitaciones individuales, territorios consagrados a la soledad.
Entre los dedos de Guillermo el mango de un cuchillo afilado le calentaba la piel. El arma le susurraba con caricias que la empuñara con fuerza y la voluntad de Guillermo languidecía otra vez, como lo había hecho durante lo corrido del verano. El cielo estaba estaba despejado y la iluminación de la luna llegaba se expandía a lo largo del corredor de la casa, sin embargo, él seguía ciego al mundo circundante, sólo concentrado en su desenfrenado deseo. A cada segundo que pasaba el cuerpo de Guillermo se inclinaba un poco más hacia la puerta y luego retrocedía el doble, una y otra vez.
Con cada acercamiento el viento endurecía sus rugidos y las bisagras lloraban alertando la pronta cedencia de sus límites, esperaban un roce. Cuando la frente de Guillermo entró en contacto con la madera resquebrajada de la puerta, un estruendo reveló el azote de las ventanas y una ventisca entró salvaje. El viento llevó consigo el susurro de un llanto infantil hasta Guillermo, que retrocedió sorprendido. La imagen de un recién nacido cruzó por su cabeza al instante.
Fue no más que su mano tocara la perilla de la puerta, para que el viento arremetiera salvaje haciendo el llanto más estridente. Guillermo soltó el metal y se giró en busca de la criatura que originaba tan desgarrador lamento. Pero aunque no dejó puerta sin abrir ni esquina sin revisar, no encontró rastro de infante alguno. Solo entonces, con cuchillo en mano, se atrevió a cruzar el umbral a la habitación de Camila. Una gota de sudor frío fingió escurrirse por su barbilla. Giró el mango de la puerta y entró jugueteando con el arma de mano en mano.
En el interior Camila yacía profunda, ajena al revuelo externo. Con su vientre abultado expuesto, lista para ser una víctima perfecta.
Al amanecer, el viento soplaba desde el sur, cargado de aromas extraños y agradables que reemplazaban poco a poco el aroma ferroso en el ambiente. Era una mañana luminosa y fresca. En el cuarto los primeros rayos de sol llenaban de optimismo a Guillermo, que admiraba a su Camila, aún sin su figura ideal pero mucho más cerca de sus deseos. ¡Su bella Camila! Guillermo sentía que cada día estaba más cerca de recordar, si no fuera por las manchas en la piel de la mujer. Esas horribles manchas oscuras.
Agotado, suspiró y envolvió entre sábanas los restos de su trabajo, luego se encaminó tarareando un canción de cuna para acallar el llanto incesable que, de ahora en más, llenaría la casa de muerte.

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Intimidad Compartida
HorrorPorque la intimidad hasta compartida puede estar llena de secretos. Historia ganadora de 'La hora del terror 2' del perfil oficial de Terror en español.