Etapa 6

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Entre Camila y la casa existía un nexo que va más allá del entendimiento sinuoso de las relaciones humanas; se componía de una mutua complicidad y de una abnegada comprensión de las necesidades individuales. Ninguna de las dos preguntaba, se quejaba o desobedecía; actuaban ambas siempre en concesión de lo compartido procurando mantener en metódica sincronía sus propios deseos.  Aun cuándo Camila desconocía lo que la casa misma era, más allá de sus siempre presentes sospechas, no sentía inconveniente alguno. Ella seguiría allí, atormentando a Guillermo, mientras sus pies se movieran y su maltrecho corazón palpitara.

Vacíos fueron sus días desde aquella tarde que se fue la vida enredada en los dedos de Guillermo, esa tarde cuándo la tristeza naciera en ella y se extendiera a las horas, los minutos y lo segundos, cuándo la existencia misma que era su vida fuera una vorágine de perdición. Para la mujer, que una vez había odiado tanto los agostos como todos los otros meses del año, el sabroso gusto a venganza, presentado en bandeja de plata por una entidad considerada hasta ese entonces inanimada, era la única forma de salvación.  

 Ahora era agosto y ella era Camila, aunque bien podría llamarse Angela, Emma, Doris, Clara o de cualquier forma que se le ocurriera a Guillermo. Era tal su estado impersonal que, en no escasas ocasiones, debía hacer un esfuerzo grande por recordar su propio nombre de entre aquellos que él había usado en ella hasta entonces, y que poblaban su memoria con destacada lucidez. Solía repetirlos en las noches de añoranza, como un cántico motivacional de sus logros. Lo hacía en los días que le flaqueaba la voluntad, por lo general a final de año, en medio de su soledad; o entre marzo y abril, meses de difícil  batalla, cuando él estaba es su máximo esplendor y se pavoneaba triunfal por los corredores de la casa, mientras ella se perdía en un autoimpuesto silencio.

 Muy diferentes eran los atareados veranos, con Guillermo perdido en sueños de su inexistencia. Entonces, las veladas en vilo ya no llegaban tormentosas sino llenas de expectativas. Camila ansiaba durante junio y julio los vientos de agosto. Esas semanas engullían su vitalidad entre planificaciones nocturnas y ejecuciones diurnas. Eran por demás los meses más felices del año, los meses de reconfiguración, de pintura, de compras, de extraños entrando y saliendo de la casa, meses de embellecimiento vacío. Porque entre más cerca estaban las fechas deseadas, más cerca estaba su misma destrucción. Aunque esto último a Camila no le podía importar menos, ella era la más viva, energética y animosa versión de sí misma; se divertía recorriendo la casa en rondas de aseo matutino, regando las flores y moviendo los muebles. Imprimía en cada detalle sus ansias y recuerdos de Guillermo gimiendo, gritando, persiguiendola, odiandola. Eran memorias y expectativas revueltas en su mente enfocada.  






Intimidad CompartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora