Etapa 4

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Los días siguientes Guillermo se encerró en su habitación, desvelado por el llanto constante que invadía la casa, no tardó en perder el sentido del tiempo. Su encierro, lo pasaba tirado en la colchoneta que usaba por lecho, sin pegar el ojo pero sin pensar. Fue en medio de su aturdimiento que notó como los cachibaches se apilaban a su alrededor y dónde siempre sobró espacio, comenzó a sentirse arrinconado. 

Un día lluvioso se sorprendió contagiado de humedad, casi podía palpar el moho creciendo sobre su piel y las telarañas apoderándose de los pliegues de su gordura, yendo desde su humanidad hasta las paredes, hasta las sillas viejas del comedor, hasta la alacena de madera, sobre los manteles bordados a mano y entre los libros corroídos. Estaba enterrado bajo pilas de muebles que por largos años habían dado vida a la casa. Descubrirse presa del tiempo le dió a Guillermo la certeza que su memoria le negara meses atrás. De pronto él ya no era él, sino muchos. Allí tendido en un catre roído, Guillermo regresó a la vida, entre llantos amortiguados por el goteo suave de una llovizna.

Al salir del cuarto, donde hubiese estado encerrado un tiempo que por más esfuerzo que hizo no logró determinar, encontró la casa cambiada. No logró recordar cuándo o quién había movido los muebles de lugar, ni hace cuánto las paredes habían abandonado su blanco calcáreo o los geranios florecieran de rojo, rosado y púrpura. Un grito mudo estalló en su cabeza. Atormentado por su propia ignorancia, estupefacto ante el irreconocimiento de lo que hasta solo un instante daba como conocido e inmutable, Guillermo se apuró en buscar a Camila.

La encontró sentada en la cocina, frente a una taza de café humeante, igual que en su primer encuentro en enero; entonces, sin entender cómo, supo que estaban en agosto y hacía varias semanas que Camila lucía la como él siempre quiso recordarla. Invadido de la curiosidad pecaminosa que su perfil le inspiraba y que siempre lo llevaba a espiarla sin reparo, centró su atención en ella; pero esta vez, ella le regreso la mirada. Los ojos de Camila eran cálidos y claros, le sonreían cansados de tan arduo silencio.

Entonces Guillermo lo supo y avanzó hacia ella despacio, sin mover ni por un segundo la vista. Acompañado de todos sus temores aceptó la invitación de Camila, que con sus ojos lo guiaba a hacia la ventana, donde la noche ya había caído y sólo el reflejo de la mujer se contorneaba traslúcido, con una taza de café humeante y una cocina solitaria a su alrededor. Guillermo se supo dos, tres y hasta cuatro Guillermos; sin embargo, todos giraron cuando oyeron los gritos de agonía. Eran sus propios gritos, tras regresar a Camila y recordarse a sí mismo atrapado junto a ella,  por un instante lo había recordado todo y en el mismo instante lo había olvidado de nuevo.

Intimidad CompartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora