La convivencia se había convertido en una mutua tregua de silencio. En los pasillos no se escuchaba más que el rechinar de las bisagras o la cadencia adormecida de unos pasos. Sólo en las horas más movidas el repique de la vajilla animaba la casa y sucumbía junto al murmullo del agua al perderse en las tuberías. Sin embargo, esos pequeños sonidos, repetitivos y necesarios, tentaban a Guillermo; que si un día había odiado los canturreos en el patio, ahora padecía una silenciosa tortura.
La canción se repetía en su cabeza como una especie de conjuro y, aunque intentaba reproducirla en sus labios, jamás la lograba entonar. El ardiente deseo de sacar a la mujer de su vida era proporcional a su necesidad de escucharla de nuevo. Guillermo creía recordar algo suyo en la voz melancólica de los cantares de Camila, algo que le obligaba a perseguir cualquier rastro de su presencia, sin temer a los olvidos que su sola imagen le recordaba.
Por momentos odiada, por momentos deseada, Camila era lo único en la mente de Guillermo. Una sombra que ya hace mucho perseguía y que había cambiado su rutina. Debió ser para abril que, en un primer punto de ansiedad, comenzó a husmear en entre los azulejos resquebrajados del baño en busca de una solución a su predicamento; entre gotas furtivas de agua se imaginaba el método más propicio para hacer de Camila un huésped aceptable. Quitarle la voz había sido un buen comienzo, ahora debía eliminar el bulto en su abdomen. Mientras la observaba desnuda en la ducha, solía preguntarse cuánto tardaría en explotar el hinchado vientre, o si sería mejor hacerse cargo el mismo. Sus opciones iban desde alimentarla en exceso para acelerar el proceso de explosión hasta la conveniencia de desaparecer todo alimento en la casa. En su mente buscaba un método adecuado para convertirse en escultor de curvas cóncavas, destructor de líneas convexas, contorneador de cuerpos femeninos. Pensaba aún por esas fechas, que paso a paso Camila podía a moldarse a él.
Cuándo se dio cuenta ya era muy tarde, se rindió a sus propias vanidades y preparó las herramientas del quehacer elegido. Sí el siguiente paso en su perfeccionamiento de Camila incluía disminuir el vientre, el camino más efectivo era amputar el problema. Con cuchillos afilados inició la cacería de oportunidades. Había una ambivalencia divisora en él; un odio y un anhelo combinados que lo movían hacia ella. Unas curvas redondas que él preferiría invertir y unos deseos inconexos que le tentaban cada día más a llevar a cabo su misión. Camila era una invasora, y a la vez era su única compañía. Él odiaba a Camila, pero también la necesitaba.
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Intimidad Compartida
TerrorPorque la intimidad hasta compartida puede estar llena de secretos. Historia ganadora de 'La hora del terror 2' del perfil oficial de Terror en español.