Etapa 5

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Guillermo no podía retirar la mirada de los ojos de Camila, el brillo en ellos era juvenil y brioso, amenazante. Su sonrisa correspondía con esa amenaza, amplia y desfigurada daba a la mujer un aire a triunfo burlesco, del que Guillermo solo podía sentirse víctima. De los recuerdos recuperados y vueltos a perder permanecía una certeza: ella era real, de carne y hueso; él quizá no.

Cuándo la voluntad de Guillermo comenzó a desvanecerse, Camila pudo ver el abatimiento en su rostro, estaba perdido y brumoso. Se agachó para comprobar la inmaterialidad de sus manos y se regresó a ella, en un temerario pero inútil intento de tocarla, su mano atravesó a la mujer. Con cada descubrimiento él se desmoronaba y ella se fortalecía.

El clima afuera profetizaba la tempestad interior, las nubes cubrían al sol, y aunque era medio día, Guillermo vivía en la noche. Un ambiente digno de él, pensó Camila, mientras tomaba un sorbo de café.

—Mejor lo termino antes que se enfríe. —Dijo en voz alta. Guillermo debía escucharla.

Segura de la sorpresa que le supondría buscó de reojo la expresión del hombre, que estupefacto dejaba de estudiarse a sí mismo para volver la cabeza en dirección a ella. Tenía los ojos abiertos y rojos. Lo poco de su espectro que era visible se mantenía estático. ¿Cuánto más hasta romperse? Se preguntaba Camila satisfecha. Su pecho se maravillaba de felicidad. Movía sus hombros al ritmo de melodías pegajosas que otrora escuchara en la radio, se divertía con ideas para destruir a Guillermo. Se lo imaginaba perdido, despertando cada mañana en busca de algo que no iba a encontrar, pensaba en comida que no podría comer o en artefactos que no podría usar. Cuánto había tenido que contenerse hasta ese día, pero la larga espera volvía al momento más delicioso.

—Te vez cabizbajo, Guille—fingió consternación—. ¿Acaso te sientes mal?

Las carcajadas se le escapaban por las comisuras de los labios, esas palabras siempre funcionaban. Quería estallar en risas, mientras los ojos del hombre se resquebrajaban a pedazos. La sorpresa retrasaba a Guillermo, y como no, ella había permanecido en silencio por casi medio año.

Un suspiro dio pasó a su voz, cansada y vencida.

—Me siento agobiado y perdido en un laberinto sin salida. No entiendo qué pasa —respondió primero. Con la mirada perdida en la baldosa amarillenta—. ¿Quien eres? ¿Qué haces aquí?  ¡Largo! ¡Vete de mi casa! ¡Deja de cambiarla! ¡Desaparece! ¡Desaparece!

Los gritos de Guillermo ensalzaban el humor de Camila, que se mostraba ahora ante Guillermo tan envejecida, como en realidad estaba. No así la casa, que cambiaba de a pocos ante los ojos del hombre, más moderna y más extraña. Camila no podía saber, ni antes ni ahora ni nunca, lo que él podía percibir, pero lo imaginaba. La casa misma se lo decía entre susurros y llantos. La casa le hablaba a ella de lo que nunca le hablaría a Guillermo.


Intimidad CompartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora