Efxil y Dyhret

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Juntos, revisaban un mapa desplegado sobre la mesa de su improvisada sala de reuniones, en la única nave que les quedaba.

Una tenue luz entraba por la ventana mientras Dyhret analizaba cual sería el mejor lugar para encontrar un nuevo refugio. Horas antes, Efxil revisó de nuevo con ahínco los restos de la nave destruida, buscando algo que le pudiese servir y arrojándolo a un contenedor que llevaba consigo. Armas, cajas con diversas partes metálicas e incluso algunos repuestos llegaron al interior hasta que sin esperárselo, se topó de nuevo con el escudo que decía "Var y vore Daosled", mirándolo extrañado por un segundo hasta que cayó en cuenta de que debía de ser el otro, el que colgaba de la pared de su nave, más grande y de mejor material, razón por lo que resistió casi incólume la explosión.

Como ya estaba más calmado y sin su aura refulgiendo, no lo rompió y en cambio lo arrojó al contenedor, dónde cayó con un retumbar metálico. Al terminar de jugar al recolector de chatarra, llevó las cosas que le parecieron útiles a la bodega de la nave, donde pasaron a compartir espacio con un sinnúmero de artilugios de diversas clases. <<Tendría que ordenar esta mierda en algún momento>>, pensó mientras subía las gradas para reunirse con su compañera, quién le esperaba adormilada. La despertó con un aplauso que la asustó y desde entonces él y ella se dedicaron a revisar todo lo que aún conservaban.

Era una situación crítica: sólo una nave principal, dos naves del tipo VEP diseñadas para transportarse en distancias cortas, que no funcionaban del todo bien, unas cuantas armas sin batería ni munición y pocas provisiones.

Si esa no era su condena, no sabía que más podía serlo.

Mientras Dyhret terminaba de enlistar las pocas posesiones, Efxil la contempló atentamente. <<Es hermosa, sin duda>>, pensó, de una manera más fraternal que otra cosa. Desde siempre la vio como una hermana menor, razón por lo que la protegía mucho. Prácticamente la crío.

Su padre en una ocasión le advirtió que no toleraría que tuviese un hijo antes de cumplir los veinticinco, la edad que consideraba correcta para darle un Primer Nacido a su Familia, pero Estrot Darearc no vivió lo suficiente para verse convertido en abuelo y Efxil encontró a la pequeña Dyhret y la comenzó a criar antes siquiera de cumplir quince años. Sorprendido por recordar algo como aquello, se dijo a sí mismo que no tenía tiempo para ese tipo de dramas. Aun debía de encontrar una solución.

Mientras los Cinco no les diesen las naves necesarias, estaba atado de manos y eso sumado a que casi todo lo que era suyo fue destruido, hacían crecer en él la ira y el deseo de venganza, sensaciones que orillaban poco a poco a su mente a decisiones más drásticas, al pensamiento de que solo obtendría lo que quería por la fuerza.

<<Solo por la fuerza...>>

Así estaba el hombre, de pie frente a la única metálica mesa de la única nave grande que le quedaba. Más tarde se daría cuenta de que fue entonces cuando el pensamiento llegó a su mente consciente, aunque no nació como tal porque ya estaba presente desde hace mucho en las profundidades de su psique.

Con letras rojas, lo vio dentro de sí: ¿por qué atenerse a las decisiones de esos mocosos? Efxil no esperaría más, debía de ir por lo que quería, y si no se lo daban, luchar por ello.

Con la sonrisa propia de quien tuvo la más reveladora epifanía, llevó sus pensamientos a su boca. —Dyhret, ya deja eso. Tenemos que hacer una visita. —La orden llegó con voz tan seria y profunda que por un momento, ella lo miró con confusión. Efxil le invitó a seguirle con un gesto.

Salió al pasillo y se detuvo frente a una compuerta que abrió presionando un botón a su derecha, que revelo una altura de dos pisos. Sin dudar, se lanzó y dejó caer hacia el verde suelo hasta que dos metros antes de chocar, desplegó su aura y flotó con el tenue resplandor escarlata rodeándolo. Apretó los puños. Había intentado forjar alianzas, sin que funcionase.

Daosled: El Último HerederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora