Veyquer

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Caminaba a paso lento a través de las callejuelas. Bajo una luna luminosa y unas farolas pequeñas, seguía hacia su destino mientras sus cuatro hermanos hacían lo mismo.

El acuerdo consistía en encontrarse con los distintos compradores en distintos puntos, de forma que no llamasen mucho la atención. Chrystiane, el nombre con el que conocían al vendedor, les dio las ubicaciones y la sugerencia de que los Cinco vayan recogiendo el encargo uno por uno, en grupo. Maerius aceptó con la condición de que cada uno de sus hermanos vaya a por uno de los paquetes ahorrando tiempo, aunque como eran seis entregas, él mismo se ofreció para recoger dos paquetes y para llevar el vehículo, una furgoneta robada y repintada, que transportaría todo.

<<En este momento ya debe de estar tomando el segundo paquete. Debo de apresurarme>>.

Veyquer miró su reloj y olvidó controlar su aura, por lo que estuvo a punto de echar a correr cuando un impulso de razón le hizo frenar en seco. Molesto, solo apresuró el paso.

La gente en las calles lo miraba al pasar. Los más desinteresados lo tomaban por un tipo extraño más, de esos que abundan; los más observadores reparaban en el leve resplandor que emitía, muy sutil. Era algo borroso, pudiendo ser tomado por un reflejo de las luces de las farolas, que sin embargo al observarlo con atención era casi hipnotizante. Casi.

Aunque reparaba en la mirada de todos estos curiosos, no les prestó atención. Para él, y para los otros cuatro, los humanos no eran más que una especie inferior. Si bien en sus ancestros había sangre humana y no podían negarlo, con los años el rechazo a esa especie se había acentuado al punto que resultaba irónico que ellos cinco llevasen una vida entre estos humanos: estudiaban en uno de sus colegios, tenían un grupo de amigos humanos y salían con ellos en ocasiones. Siendo el alma de su grupo, usando el aura en beneficio propio, se volvieron populares y eso sumado al hecho de que eran atractivos, los hacía tener parejas por doquier. A Veyquer eso le agradaba de esa especie inferior, que podía manipularlos de forma tan fácil que estaba acostumbrado a ello desde que era pequeño.

Veyquer, Maerius, Lasret, Naem y Zeqdas llevaban una vida del todo exitosa en el mundo humano, aunque era solo una máscara. Su verdadera vida estaba en las montañas, enfrentados a Jeorg y Yaroit, haciendo alianzas improbables con Efxil y Dyhret. Esa vida, aunque muy diferente, es lo que en verdad eran. Él lo sabía bien.

Concentrándose, apagó del todo su aura que ya empezaba a manifestarse más allá del límite que se permitía a sí mismo cuando estaba en ese tipo de ambientes humanos. A veces se dejaba llevar; y es que esa sustancia le fascinaba. Era una herramienta tan útil que muchas veces el joven muchacho se preguntaba qué haría en el caso de no tenerla, y a pesar de que Jeorg alguna vez les había dicho que aún les faltaba aprender mucho sobre su uso, Vey consideraba esto como un argumento tonto para subestimarlos y nada más.

Ya conocía todo sobre aura y aunque no fuera así, con lo que sabía le bastaba. También sabía que si bien no lo admitían de forma directa, él y sus hermanos se consideraban casi dioses entre los humanos.

Por ello no entendía porque Maerius no decidía asesinar de inmediato al niño ese. ¡Claro que podían hacerlo! Aunque Efxil y Dyhret eran más fuertes, o relativamente más fuertes, los Cinco eran más y el niño no presentaría ninguna defensa. Eso quería él, sin que su hermano o Zeqdas den su aprobación para hacerlo.

Claro que...

¿Esos dos de verdad tenían la autoridad? Siempre se lo preguntaba. Apenas dejaron a Jeorg y Yaroit, Maerius se estableció como un líder por ser el mayor, y Zeqdas pasó a secundarlo por ser la que tomó primera el paso, sin que nadie le pregunte si él quería eso. Naem y Lasret también tenían dudas, aunque la verdad era que en tantos años, ni Maerius y Zeqdas daban motivos para no confiar en ellos.

Daosled: El Último HerederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora