(cap 3) el informante Y el impostor

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—Lamento molestarte, jovencito —dijo Armando con altivez, entrando en la habitación y mirándole con desaprobación—, pero pensé que podríamos aprovechar esta oportunidad para aclarar algunas cosas.

Ruggero. echó un vistazo a la puerta, completamente cerrada.

—Corta el rollo, Armando —le espetó con displicencia—. Esto no es Misión Imposible. La habitación no tiene micrófonos ocultos; nadie nos está escuchando.

La animadversión que Armando sentía por él, mudó su elegante rostro.

—Nunca se es demasiado prudente. —Ruggero esperaba que Armando hubiera hablado con desdén.
—La única que duda de mí es Karol, y ya me he asegurado de que se mantenga alejada, al menos de momento.
—Ya te dije que sería la más difícil de convencer —dijo Armando—. Es tímida pero lista. Y estaba más unida que yo al auténtico Ruggero Pasquarelli.

El hombre que estaba tumbado en la cama sonrió con dejadez.

—No me preocupa. Creo que al irse el hijo de Sam, estaba medio enamorada de él. El sentimiento no tardará mucho en reavivarse.
—¡No seas ridículo! —protestó Armando—. Tenía sólo trece años. Puede que le gustara pero no debía de ser nada serio. Era demasiado joven para interesarse por los chicos.
—Por lo que me has dicho,Ruggero Pasquarelli no era un chico cualquiera. Y no subestimes los impulsos hormonales de la pubertad. Es probable que ella le deseara.
—¡Qué asco! —exclamó Armando, esta vez con desdén.
—¿Acaso crees que no puedo hacerlo? —preguntó Ruggero con tranquilidad.
—No, confío plenamente en tus aptitudes —murmuró Armando—. Espero que acabes convenciendo a todo el mundo de que eres Ruggero Pasquarelli. Es sólo que creo que te será más fácil engañar a Karol que seducirla. Me da la impresión de que no está muy interesada en el sexo contrario.

Había un ligero tono de orgullo en la voz de Armando, y Ruggero creía saber el motivo. Para un hombre como Armando Pasquarelli la indiferencia sexual era una cuestión de poder. Un poder que Ruggero no tenía intención de cultivar, por lo menos en esta vida.

—Eso ya lo veremos —comentó Ruggero—. Si consigo que confíe en mí lo suficiente como para acostarse conmigo, no tendremos absolutamente ningún problema. A no ser que Lisa decida ponérnoslo difícil.
—Deja que me ocupe yo de mi hermana pequeña —sugirió Armando—. Sé cómo tratarla. No pierde el tiempo pensando en aquello que no le interesa. Los temas familiares no le atraen demasiado. Ella va a lo suyo.
—Pero mi repentino regreso, ¿no alterará sus planes?
—Sé cómo manejarla —repitió Armando—. Ha estado casada varias veces, tres para ser exactos, y confía en mí. En realidad estamos bastante unidos. Si yo te acepto, ella también lo hará.
—¿Y sus hijos?
—Puede que ellos no sean tan fáciles —concedió Armando—. Pero está claro que nunca me hubiera involucrado en esta farsa si no pensara que eres capaz de salir airoso de ella. Una vez hayas conseguido convencer a Karol, los demás no pasarán de ser un problema relativamente pequeño si te andas con cuidado.

Ruggero le miró con recelo: No se hacía ilusiones respecto a su compañero de complot. De todos los célebres Pasquarelli, Armando, además de ser quien tenía el sentido del interés propio más acusado, tenía una provechosa falta de moralidad. Cuando se le ocurrió por primera vez la alocada idea de hacerse pasar por el desaparecido heredero, pensó en Armando como el mejor candidato para ser su cómplice. Antes de dirigirse a Armando había considerado otras posibilidades, que descartó rápidamente. Minerva y Dom eran leales en exceso, Lisa estaba demasiado ocupada con su eterna búsqueda de placer para hacer un esfuerzo en asegurarse de que podría continuar costeándoselo.

Y Karol Sevilla. Ella hubiera sido su primera opción. Tras años de independencia estaba viviendo con Sam Pasquarelli, cuidándola en la recta final de su enfermedad. Sabía más cosas que nadie de la familia Pasquarelli; con su ayuda los demás no se atreverían a enfrentarse a él. Pero en lugar de ello un sexto sentido le condujo directamente a Armando, y ahora contaba con su habitual buena suerte. Karol nunca hubiera tolerado tal engaño; obviamente adolecía de un fuerte sentido de la moral.

el regreso de ruggero pasquarelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora