.
.
La pequeña de los hermanos Pasquarelli, Lisa, era pan comido, pensó Ruggero con aires de suficiencia mientras la contemplaba desde el otro extremo de la mesa. A Lisa le daba igual si él era o no era el único Ruggero, siempre y cuando no la desviara de sus objetivos. Estaba tramando algo; Ruggero había visto bastante mundo como para apreciar hasta los síntomas más sutiles, pero Lisa, ayudada por un siempre exquisito Gabernet, estaba ahora bastante entonada.Sus tres hijos eran harina de otro costal. Steban el Granuja le miraba como si fuera un terrorista brutal que pretendiera hacerles volar todos por los aires. Charis sacudía su melena de color castaño a la que menor oportunidad, al tiempo que le observaba con ojos espléndidos y ardientes, y hacía todo lo posible por recordarle: a) que era una modelo famosa cotizada y muy solicitada, y b) que no se tragaba el anzuelo. Ya era un poco mayorcita para ser modelo, pensó Ruggero con cinismo. Debía de rondar los treinta, aunque parecía una década más joven, pues ya luchaba contra el paso del tiempo con la misma dedica que su madre. Si no iba con cuidado, la ligera sonrisa socarrona que estiraba sus labios, aumentados con colágeno, le crearía unas pequeñas y repugnantes arrugas alrededor.
Cuando Ruggero se fue, Grace, la menor de los primos, debía tener unos seis años, por lo que difícilmente podía acordarse de ella. Parecía darles cien vueltas a sus hermanos, que siempre estaban mirándose el ombligo. Incluso se atrevería a afirmar que era una joven agradable, y aunque le hablaba con educación, lo cierto es que apenas si le dirigía la palabra. Karol estuvo todo el rato hablando con Grace en una es quina mientras el resto de sus primos centraba su atención en Ruggero ignorándola por completo. Sam también la ignoró. No tenía fuerzas para sentarse a la mesa, pero congregó a todos junto a su habitación, ya que Dom, para que pudiera participar en la cena, había trasladado su cama hasta las puertas de grandes ventanales que, abiertas, daban al comedor. Ruggero sentía los ojos de Sam clavados en él y se preguntaba en qué estaría pensando; se preguntaba si en lo más hondo de su corazón creía realmente que era Ruggero Pasquarelli.
No tenía importancia. No protestaría, ni pediría la prueba de ADN ni ninguna otra prueba, ni nada parecido, de eso estaba completamente seguro. Sam se había convencido de que él era su hijo y nada la haría cambiar de opinión.
—¿Karol? —Hablaba en voz baja, debilitada por el dolor, sin embargo ésta llegó hasta el otro lado de la mesa, donde Karol y Grace estaban sentadas.
De inmediato, se produjo un respetuoso silencio en el comedor. Karol se levantó, y como ya era habitual Ruggero admiró su elegancia, a pesar de haberse presentado a la cena con un vestido de cóctel gris muy soso. A su lado Charis llamaba la atención y parecía pomposa; nadie con buen gusto hubiera mirado dos veces a la famosa belleza. Pero a Karol no le interesaban la ropa, ni los adornos ni la opinión de Ruggero, pensó éste con ironía, mirándola con los ojos entornados. La había estado mirando toda la noche, ahora que ella ya no podía evitarle con tanta diligencia.
—¿Estás cansada, tía Sam? —le preguntó, solícita—. Le diré a Dom que te vuelva a llevar a la cama...
—¡No me mimes tanto, pequeña! —La ligera sonrisa de Sam le quitó hierro a la reprimenda—. Estoy bien. Soy perfectamente capaz de saber cuándo estoy o no estoy cansada. Quisiera que hicieras algo por mí, cariño, si no es pedir demasiado.La expresión de Ruggero era imperturbable. Sospechaba que Karol se hubiera cortado las venas por Sam, aunque evidentemente preferían mantener un tono cordial. No lograba comprender qué había hecho Sam para merecer tamaña devoción, pero saltaba a la vista que Karol era demasiado leal.
—Lo que tú quieras —se apresuró a decir Karol.
—Ruggero y yo hemos estado hablando —explicó Sam, y los ojos de Karol se entornaron, aunque se abstuvo de mirarle—. Tiene curiosidad por saber dónde está su retrato. ¿Recuerdas cuál te digo, aquel que le hicieron cuando tenía doce años?
—Te deshiciste de él —respondió rotundamente.
—No seas ridícula, Karol—protestó Armando—. Era un retrato le Wickl, y esos retratos valen su peso en oro. Sam jamás lo hubiera tirado a la basura.
—No me refería a eso. Me refería a que estaba tan indignada que no podía ni mirarlo —dijo Karol, esta vez lanzando una mirada furiosa a Ruggero. No era una actitud especialmente racional. Debería estar enfadada con el auténtico Ruggero Pasquarelli por haber huido, no un el hombre que sabía era un impostor.
—¿Dónde está, Karol? ¿Está guardado? —preguntó Steban, mando más pomposo, si cabe, que su tío mayor. Steban había nacido con un alma vieja y amargada, y ponía reparos a todo, hecho que mostraba con su impresionante atractivo físico. De pequeño había do un soplón y un chismoso; de adulto simplemente juzgaba a todo el mundo.
—Está en la casa de Edgartown —respondió reacia.
—Es lo que me suponía. Lo quiero recuperar —manifestó Sam.
—Me encargaré de que lo manden aquí...
—¡No! No quiero esperar, y además, como bien ha señalado Wawen, es un Wickl. Es demasiado valioso para confiárselo a cualquier empresa de transportes y no quiero extraños fisgando en mi casa. La casa de Vineyard es una joya familiar; no deberíamos poner peligro.
ESTÁS LEYENDO
el regreso de ruggero pasquarelli
FanfictionEn la mansión de los Pasquarelli todos aguardan la muerte inminente de Sally, matriarca de la familia. Sólo su hija adoptiva, la joven Karol Sevilla, parece sufrir ante la evidencia del fatal desenlace y procura hacer todo lo posible para ayudarla e...