+EXTRA: The Perfect Day

4.7K 367 1.5K
                                    

«Okay, hoy es el día, nada puede salir mal». Me dije a mí mismo al despertar.

Era un viernes, 11 de agosto*.

Ese día tenía que hacer muchas cosas, incluso tenía una lista preparada para no olvidar nada.

1- Levantarme temprano.

Eso ya podía tacharlo.

2- Procurar que Gerard no se despertara, para así poder escabullirme a la cocina y prepararle el desayuno y sorprenderlo llevándoselo a la cama.

3- Poner en Netflix aquella película absurda que a Gerard tanto le gustaba y hacía llorar pero que a mí me hacía vomitar de lo melosa y sensiblera que era.

4- Para Gerard, el verano no representaba vacaciones, al menos no todos los días, porque en cualquier momento podían llamarlo para presentarse a trabajar en alguna sesión de fotos o para elegir el vestuario de alguna obra de teatro. Como era el caso de ese día; tendría que ir a trabajar al mediodía para volver a las seis. Eso me daba el tiempo suficiente para ir por el anillo, comprarle flores y confirmar la reservación de aquel restaurante caro donde lo llevaría por la noche.

Pude haber hecho todo eso antes, pero no, ni siquiera porque ya soy un hombre hecho y derecho, he dejado de procrastinar todo para el último momento. Supongo que es un mal hábito que permanecerá conmigo hasta el día que muera.

5- Convencer a Gerard de que estuviera listo antes de las siete, porque si no, perderíamos la reservación y yo iba a matarlo si eso sucedía, porque estaba haciendo algo muy lindo por él y no podía arruinármelo.

6- Mentirle a Gerard diciéndole que iría el baño cuando en realidad iría a la cocina para que el chef pusiera el anillo en el postre porque, por alguna razón, esa clase de cosas parecen románticas en las películas y aunque no soy fanático del romanticismo meloso, sentía que debía declarármele a Gerard de la manera más cursi y cliché porque seguramente era así como él soñaba que se le declararan. Si acaso no anhelaba que bajara en un paracaídas con mil rosas y el anillo... Ese idiota...

Estaba seguro de que si tuviera la oportunidad de hacer las cosas a mi modo, el plan habría sido más simple:

1- Levantarme tarde.

2- Preparar el desayuno CON Gerard como todas las mañanas.

3- Ir por el anillo.

4- Comprar una pizza.

5- Volver a casa y poner el anillo en la pizza para no quedar afuera de esta moda de poner el maldito anillo en comida.

6- Decir: «Creo que ya sabes de sobra que vamos a estar amarrados por el resto de nuestras vidas, así que... ¿Quieres hacerlo más oficial casándote conmigo, pedazo de idiota?».

Esa sería la propuesta "al estilo Iero".

Pero lo que fuera que hiciera; una propuesta elegante y romántica o una propuesta al estilo Iero, tendría el mismo resultado: Gerard diría que sí. Y eso era lo mejor; el resultado.

Tampoco era fanático de la idea de casarme, es decir, no es que no quisiera vivir el resto de mi vida con Gerard, porque técnicamente ya era así; nos hicimos novios a los dieciséis años (bueno él estaba cumpliendo diecisiete pero yo aún tenía dieciséis), ahora Gerard tenía veintiocho, y yo iba a cumplirlos en dos meses. Hemos vivido prácticamente toda nuestra vida juntos, porque, sin contar nuestros años de relación, nos conocemos desde los trece años; pasamos juntos por la secundaria, por la universidad. Pero todo salió bien al final. Ambos nos convertimos en adultos felices y realizados; con un trabajo, un departamento un poco más amplio y bonito que el agujero en el que vivíamos en el inicio, aún manteníamos a nuestros viejos amigos. Todo perfecto.

The Dwarf I Hate; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora