Viktor Nikiforov conoció al amor de su vida a la tierna edad de nueve años. Sucedió de la forma más simple en que pudo ocurrir: por un programa de televisión.
El pequeño ruso de cabello plateado y ojos mar miraba junto a sus compañeros de entrenamiento, la competencia del Grand Prix Final, esperando que los patindores sénior aparecieran en la pantalla. Quería ver a sus compatriotas, Plushenko y Yagudin, enfrentarse por el oro, pues su rivalidad era bien conocida, tanto, que hasta los pupilos más chicos de Yakov Feltsman -ósea, todos los que aún no eran juniors- habían apostado por su favorito. Mientras los competidores calentaban, la trasmisión se fue a comerciales, tiempo que los demás chiquillos y él aprovecharon para asaltar la cafetería de la pista, lugar donde su gruñón entrenador les autorizó ver la final, todo con tal de mantenerlos vigilados de cerca.
Tras conseguir bajar de uno de los estantes superiores la caja de sus chocolates favoritos "Alenka", corrió de nuevo hacia el área de vestidores, donde sus compañeras empezaron a soltar chillidos entusiasmados, sínonimo de que ya habían terminado los comerciales. Nada más cruzar la puerta sucedieron varias cosas.
Primero notó que el programa corto masculino aún no empezaba.
Segundo, olvidó la leche para acompañar las galletas hurtadas por Ekaterina y Sergei, futuros patinadores en la categoría Ice Dance.
Tercero, su otra entrenadora estaba confiscando las chucherías robadas por ellos, alegando que no era sano para un atleta y que debían comer vegetales.
Cuarto, no podría disfrutar del dulce sabor de su botín a menos que fuera rápido y escondiera algunos en sus bolsillos.
Y finalmente, en quinto lugar, pero no menos importante, entendió porque chillaban las niñas, pues en ese preciso instante volvieron a hacerlo. Antes de que Stéphane Lambiel empezara su rutina, los comentaristas hicieron un recuento de las posiciones en la liga juvenil tras el programa corto. Todo era culpa de un patinador junior extremadamente adorable y talentoso, de cabello negro como la noche, piel blanca y cara redondita, ataviado con un sencillo traje compuesto de camisa verde y pantalón oscuro. Escuchó decir a las voces a su alrededor que ese chico acababa de hacer su debut, era su primera vez en una competencia internacional y ya era el favorito para ganar el oro, sobre todo tras quedar en primer lugar al finalizar la primera parte de la justa deportiva. La música de fondo era una melodía perteneciente a Yiruma, al ver la suavidad de los movimientos del azabache, así como la dulce expresión de su cara, Viktor no tuvo duda de por qué ganaría. Él hacía música con su cuerpo, era un sátiro que hechizaba a todo aquel incauto que lo mirara. Y el inocente niño de extraña sonrisa acorazonada, entendió a lo que se referían los mayores al hablar de amor a primera vista. Como si no bastaran los pocos segundos en los que mostraron su rutina en la pantalla, el jovencito abrió los ojos y él vio que eran castaños, del mismo color que sus dulces favoritos, pero eso no fue todo, justo cuando Madame Lilia -esposa de Yakov, coreográfa y segundo coach del equipo ruso de San Petersburgo- le confiscaba lo robado, el chico sonrió de forma tan alegre que el peliplata olvidó todo: su cumpleañls, su meta de ser el mejor, su diente recién caído -motivo por el cual tenía prohibidísimo comer golosinas-, todo excepto una cosa. El nombre de su amor.
Yuuri Katsuki.
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Living Legend (AU reverse)
ФанфикViktor Nikiforov conoció al amor de su vida a la tierna edad de nueve años. Sucedió de la forma más simple en que pudo ocurrir: por un programa de televisión.