Viktor Nikiforov estaba petrificado. Petrificado y tan asustado como emocionado.
Había pasado más de una década y por fin su sueño se hacía realidad. Era tan surreal que se pellizcó fuertemente la mejilla izquierda. El dolor le hizo saber que no era una fantasía. Oficialmente se cumplía la más hermosa de sus ilusiones, pero al recordar la última voluntad de su nana toda su alegría se esfumó.
Tras la partida de la mujer prometió no hacer nada estúpido que le costará la vida, juró analizar su corazón y averiguar quién era él mismo antes de presentarse ante su ídolo y ofrecerle su mano en matrimonio. Dio su palabra de hombre, de hijo y de atleta. No tiraría su carrera como patinador por la borda sin más, no ahora que sus progenitores querían casarlo con una Alina no se qué, no cuando por fin obtuvo algo de independencia económica gracias al dinero que Helenka le obligó a ahorrar tras ganar sus primeras competencias, no en ese momento, donde por fin había vuelto al hielo tras tomarse un descanso el año antepasado y sobre todo, no después de su pésima actuación en la última temporada, cuyos resultados lo pusieron en la cuerda floja... No y no. Viktor Nikiforov cumpliría el deseo póstumo de la anciana, por ella, por él mismo, aún si no entendía eso de "hallarse para ser feliz". Hasta donde el joven ruso entendía, cualquiera podía ser quien quisiera, como quisiera, cuando quisiera, así de simple, sin más preámbulos. Pero por alguna razón toda la gente a su alrededor se complicaba con esas preguntas filosóficas, menos él, quizá porque era muy bruto, como su padre siempre le decía. El ojiazul sacudió su cabeza negándose a pensar más en las malas personas que lo trajeron al mundo. No, ellos no volverían a entristecer su corazón, entraría al hielo y...
Los pensamientos del joven patinador se detuvieron abruptamente al recordar dónde estaba. Abrió los ojos y el miedo volvió a su sistema. "Es imposible" gritaba su cerebro, pero sus ojos claramente veían al dueño de su corazón en el centro de la pista, ¿se habría vuelto loco?
-Viktor, no te quedes ahí parado, casi me tiras -se quejó Georgi a su lado -al parecer su inesperada parálisis provocó que su compañero chocará contra él-. Yakov va a gritarte si te ve aquí. ¿Qué rayos te pasa? ¿Viste un muerto?
Cuando no contestó, el pelinegro dirigió su mirada a la misma dirección que él, al punto que lo hipnotizaba y entendió todo.
-Escuché que salió de coma hace un año, no creí que volviera a patinar, pero míralo, aquí está tu amorcito.
Las palabras del muchacho no eran malintencionadas, sólo la típica burla amistosa hacia su principal competencia, el chico que conocía desde la infancia, quien llevaba enamorado toda la vida de un asiático con el cual nunca había cruzado ni un saludo; pero esa frase simple tuvo el poder de accionar el sistema nervioso del otro.
-¿Qué? -susurró Viktor débilmente, demasiado impactado por lo dicho anteriormente.
-¿No lo sabías? -preguntó confundido el azabache. Un vistazo a la cara del ojiceleste le confirmó que no tenía idea de que Yuuri Katsuki había vuelto a la vida y, al parecer, a reclamar su trono. Era extraño, pues Vittya era su fan número uno-. Su entrenador anunció la primavera pasada que Katsuki había despertado, no dijo nada más. Oí que estuvo en terapia para rehabilitar su pierna, pero los rumores decían que nunca más patinaría; sus compañeros de pista tampoco negaron ni afirmaron nada. Creí que estarías enterado... supongo que no tenías ánimo para chismes después de tu perdida.
La voz de Georgie se volvió un susurro al final. Todos en San Petersburgo sabían lo delicado de su situación y lo deprimido que estuvo tras perder a Helenka Radionova, la abuela que les preparaba a todos ricos y deliciosos pirozhkis. Apenado por mencionar el tema se excusó y corrió a ponerse los patines para empezar la práctica matutina, no quería escuchar los gritos de Yakov por no estar en el hielo y menos por hacer llorar a su favorito.
Viktor tenía demasiadas preocupaciones para hacer otra cosa que no fuera mirar a su eterno amor no correspondido. Era un milagro, estaba ahí, vivo.
El japonés que sacudió el patinaje artístico desde su juventud se deslizaba lentamente, haciendo figuras obligatorias, perdido por completo en su mente. Lucía tan diferente. Su cabello en vez de estar peinado hacia atrás caía por su cara libremente, dándole un aspecto más suave, muy tierno a decir verdad, nada que ver la presencia madura que mostraba en plena competencia. El muchacho ni había notado que el resto de los presentes en el lugar a penas se atrevían a moverse más allá del borde cercano a la barra de contención. Todos, competidores y entrenadores lo miraban atentamente, como si fuera un fenómeno recién salido de ultratumba. Excepto un chico que tomaba fotografías alegremente a medio mundo, riendo de sus caras estupefactas, murmurando cosas a otro asiático más joven.
-¡Mira Yuzuru!, este chico parece un maniquí salido de un aparador de Gucchi -comentó el fotógrafo riéndose en su cara, pero apenas lo registró, sólo tenía ojos para Yuuri.
-Phichit-san, no es bueno que vayas diciendo eso, alguien se va a molestar un día -reprendió el niño, quien a pesar de todo también grababa su cara con una cámara de vídeo.
-No te preocupes, todos están embobados con Yuuri para fijarse en nosotros... Anda, vamos a enseñarle a Javi y Yuna nuestra obra maestra...
-Pero Javi aún está dormido y Yuna...
-Estupendo, ¡lo vamos a despertar! Anda, camina, camina...
¿Javi? ¿Yuzuru? ¿Yuna? ¿Quién rayos eran ellos? ¿Por qué ése joven hablaba con tanta confianza de SU Yuuri? No obstante, tan absorto cómo estaba, el ruso dejó pasar a esos dos, a fin de de cuentas no eran nadie importante.
Un movimiento en el centro de la arena atrajo su atención, el fabuloso hombre en ella había dejado los ejercicios básicos, ahora se movía al ritmo de una melodía silenciosa, cada compás trazado por su cuerpo daba a conocer una historia hermosa, era imposible quitar los ojos de él. Incluso Yakov al acercarse para arrastrarlo a la pista quedó mudo al ver quién estaba de vuelta; cuando el patinador se preparó para un salto ambos retuvieron el aire, mismo que salió en un fuerte suspiro al resultar un Loop simple, seguido de un Toeloop simple, otro simple, y otro y otro...
-¡Yuuri! -llamó Celestino Cialdini desde la barra-. Suficiente por hoy.
La voz del italiano rompió el hechizo, cada persona en el lugar regresó a la realidad, donde los actuales campeones perderían todo ante el retorno del genio del patinaje, ésa donde un programa técnico no podría vencer la parte artística del mismo, así como tampoco la coreografía más emotiva desbancaría la majestuosidad de los saltos y piruetas del ojicastaño, aquella dónde Viktor Nikiforov volvía a tener nueve años, a ser un niño inocente, un chiquillo cuyo corazón dejaba de pertenecerle una vez más. El mundo real volvió y el chico enamorado supo que aún era muy pronto para encontrase, para conocerse, seguía siendo nadie, un bicho raro que siempre soñó muy alto, un tonto que tenía miedo de no deslumbrar a su amor con sus habilidades ni su apariencia -maldijo no haberse peinado decentemente y llevar el cabello enredado cual nido de pájaros-, un torpe que no sabía si era marica o no.
Con ojos cada vez más húmedos vio al nipón salir del hielo e ir con su entrenador, quien le extendió una chaqueta para cubrirse antes de cambiar sus patines por zapatos deportivos. Se retiraban, caminaban hacia la salida donde el ojiazul todavía estaba anclado, mirando a su mayor anhelo acercándose rápidamente, unos segundos más y Yuuri Katsuki estaría frente a él, podría pedirle un autógrafo, decirle que lo amaba y cuánto espero conocerlo... O simplemente hacer el ridículo de su vida, que era lo más probable.
No supo cómo, pero logró moverse y hecho a correr lejos del lugar, asustado y tembloroso, rogando a los cielos que nadie lo viera, pues las lágrimas caían a mares. No podía, era imposible para un ser cómo él rozar la mano de alguien tan fabuloso como lo era el japonés.
Viktor era un cobarde.
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Living Legend (AU reverse)
أدب الهواةViktor Nikiforov conoció al amor de su vida a la tierna edad de nueve años. Sucedió de la forma más simple en que pudo ocurrir: por un programa de televisión.