Capítulo 16

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Mikel entró detrás de mí a la casa y se sentó al lado de papá, donde normalmente se ponía Aarón. La cena trascurrió de forma correcta y no hubo ningún altercado, así que dormí tranquila y sin mil pensamientos revoloteando mi mente.

A la mañana siguiente me levanté antes para ir a correr —sí, habéis leído bien, yo y correr en una misma frase, pero estaba saturada de todo y necesitaba perderme—. Di una vuelta por el bosque y en quince minutos ya tenía el pulmón fuera.

Cuando llegué, me encontré a mi madre en la sala de estar tomando su té rojo de las mañanas mientras leía el periódico. La saludé con intención de irme al cuarto a ducharme, pero ella me pidió que me acercase. Maldito el momento en el que me convertí en la hija obediente y responsable que nunca desafía a sus padres.

—¿Qué tal con Mikel? —me preguntó mientras me hacía un hueco en el sofá.
—¿Quién es Mikel? —ella frunció el ceño, como indicando que no estaba el horno para bollos—. No sé qué quieres que te diga. Ayer peleamos, el otro día también, pero me da igual, es solo un visitante por casa. Mañana dejaré de verle, si no decide irse antes.
—Me ha dicho que ayer tuvistéis una conversación acalorada -puse los ojos en blanco.
—Le canté las cuarenta, pero eso es irrelevante. Estoy bien con su presencia, me da igual. Para mí es solo una persona con la que debo coexistir. Puedo hacerlo, es como cuando iba a clase y tenía que compartir pupitre con Aitziber La Loca que decía que hablaba con los gatos.
—Melisa, estás comportándote como si todo estuviese bien, pero ambas sabemos que no es así.
-Mamá, he madurado. Llevo tres meses viviendo sola y me he hecho mayor. Ya no me enfado por tonterías.

Ella puso cara de que estaba más tranquila y yo subí a ducharme. Claro que no estaba bien con la presencia de Mikel, y por supuesto que no había madurado en las rabietas que me cogía, pero delante de mis padres tenía que parecer que toda yo era paz y amor. Quedaba un día para irme, e iba a conseguirlo aunque me fuese la vida en ello. O eso tenía en mente hasta que mi madre nos dio una sorpresa en el desayuno.

—Clara Erentxun nos ha invitado a cenar esta noche en su casa —me atraganté al escuchar esas palabras.

¿Era importante la tal Clara? No. ¿Era importante que nos hubiese invitado a cenar? Para nada. ¿El problema es que era en su casa? Podía no haber sido un problema, excepto porque Clara Erentxun es la madre de Pedro Ramos, mi antiguo mejor amigo de la infancia y el chico con el que me di mi segundo beso. También es el primer chico que me había dicho que me quería —sí, sus palabras fueron "te quiero, Melisa", y después me besó—, y también el primero al que había dejado —aunque nuestra "relación" prácticamente no podía ni contarse—.

—¿Va a estar Pedro? —pregunté, un poco conmocionada.
—Claro, y también Aitana, su hermana. Iba a tu clase, ¿no, Mikel?
—Era un año menor, pero sé quién es.

Por supuesto que sabía quién es. Cuando mi hermano tenía catorce años era el Brad Pitt del instituto, y todas las chicas querían tener algo con él. Aitana era muy guapa, pero también la persona más básica que había conocido nunca. Por lo visto salieron durante un par de semanas hasta que mi hermano la dejó por una chica de su clase. Y sí, mi hermano era ese tipo de tío asqueroso que se liaba con todo lo que tenía tetas.

—Hemos quedado a las ocho en su casa. Poneos algo decente e id con buena actitud —ordenó mi madre. Hacía mucho que ninguna familia nos invitaba a cenar, y sabía lo importante que era para ella que todo saliese perfecto.

A las ocho menos cuarto estábamos todos abajo, vestidos de etiqueta y con unas sonrisas falsas que solo podría notar alguien de la familia.

Al llamar a la puerta de la familia Ramos, una voz pituda gritó "vooooy" y en menos de treinta segundos había en la puerta una chica de unos veintitrés años con el pelo trenzado y un vestido de color morado que marcaba perfectamente su esbelta figura. Sus ojos pasaron por todos, pero cuando llegaron a Mikel se estancaron.

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