Capítulo 14

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Al día siguiente Julieta me contó que cuando acabó la fiesta se fue con Tomás a un Burger King para desayunar y después la acompañó a casa en el Audi. Me sorprendió saber que no se habían acostado —Julieta me comentó que se había comprado ropa de encaje para ese día tan especial—, pero me alegró saber que ella se estaba tomando las cosas con calma.

La semana de exámenes fue un no parar de estudiar, por lo que tampoco pude ir al club de escritura. El viernes, Daniel me escribió para preguntarme si estaba bien y decidí llamarle para contarle por qué no había podido asistir. Hablamos durante horas y quedamos en vernos después del puente de diciembre.

Hablando del puente, iba a pasarlo en Bera con mi familia. Mi madre me llamó y me dijo que iría a buscarme a mí y a la abuela, quien después de meses volvería a estar en nuestra casa. No os imagináis las ganas que tenía de ir y pasar esos cuatro días con mi familia.

Pero cuando llegué mi ánimo decayó por completo.

Pensaba que íbamos a estar solo mis padres, la abuela y Aarón, pero por desgracia un sexto personaje decidió aparecer por sorpresa y hacerme enloquecer. Aquella persona no era, nada más y nada menos, que Mikel Sanz, mi hermano mayor.

Os preguntaréis, ¿qué ha podido hacer tu hermano mayor para que le tengas tanta tirria? Pues bien, os lo explicaré.

Mikel tiene veinticuatro años, es alto, trabajador y le encantan la mujeres. Hace siete años se enamoró —o eso le gusta decir a él— de una chica de Bilbao que había ido a hacer Bachillerato a Bera por el trabajo de sus padres,  y a los dos meses de empezar a salir decidió irse a vivir con ella. Básicamente nos abandonó. Mi madre suele decir que él simplemente eligió hacer su vida, pero me parece que esa versión no difiere demasiado de la mía.

Por aquel entonces yo tenía once años, y Aarón acababa de cumplir siete, así que tuve que convertirme yo en la madre del hogar porque él había decidido dejarnos para siempre y ser feliz con una tía a la que, a día de hoy, ni siquiera conozco. De hecho no sé ni su nombre.

Cuando me vio bajar del coche de mamá, me miró en la distancia y elevó la cabeza como saludo, pero yo pasé de él. Todas las historias de amor hablan de lo duro que es que un tío te rompa el corazón, pero podéis apostar que es infinitamente peor que tu hermano sea el causante.

Fui hasta la cocina y me encontré a mi padre comiendo turrón, así que le pedí que me cortara un trozo y nos hinchamos a zampar. A diferencia de mi madre, mi padre pensaba como yo y estaba claro que no le hacía ninguna gracia la presencia de Mikel en casa. Aarón, sin embargo, cuando lo vio, corrió a abrazarle y le pidió que le ayudase a montar un avión de LEGO que tenía en el cuarto.

—Tenéis que dejar esas caras largas —nos dijo mi madre cuando entró a la cocina—. Mikel ha decidido venir, y es tan bien recibido como cualquiera.
—¿Y cómo es que ha decidido venir? ¿Su novia le ha dejado en la estacada? ¿Necesitaba dinero? —pregunté, irónica por la presencia de mi hermano.
—Le pedí yo que viniese y aceptó —concluyó con aspereza.

¡Qué raro, mi hermanito, el niño de mamá, obedeciendo! Ojalá el muy idiota la hubiera escuchado antes de pirarse hace seis años. Obviamente mi madre ya había aceptado que su hijo mayor se había emancipado, pero no era fácil saber que tu hijo está a pocos kilómetros y ni siquiera se pasa a saludarte. Pero así era mamá, siempre perdonaba todo.

Ese día a la hora de la cena las cosas no fueron a mejor, de hecho mi padre y yo no dejábamos de hacer comentarios sobre él de forma encubierta. En esos momentos era digna hija de mi padre.

—Veo que las cosas por aquí no han cambiado. Como siempre papá y Melisa siguen juzgando todo lo que se escapa a su control —me hubiesen importado un pimiento las palabras de mi hermano de no ser por el rintintin con el que lo dijo.
—Tú tampoco has cambiado. Sigues teniendo la misma manía de sentirte una víctima en todo momento —le ataqué.
—¡Mira quién fue a hablar! Por favor, Melisa, tú eres la palabra dramatismo en persona. Siempre creyéndote mejor que los demás y buscando ser la chica perfecta.
—Al menos yo no abandono a mi familia, hermanito.

Las peleas entre Mikel y yo siempre eran así, un preludio de lo que podría ser la tercera guerra mundial. Mi madre nos gritó pidiendo que nos calmásemos y me mandó a mi cuarto, mientras que a Mikel le dijo que se quedara en el salón hasta que se relajase. Iba lista si pensaba que la convivencia entre nosotros podía volver a ser normal.

El segundo día familiar fue un poco más calmado porque papá nos llevó al bosque para hacer una excursión. Mamá no pudo venir porque tenía que trabajar, así que yo iba a mi ritmo, tratando de no tener cerca a Mikel.

—¿Cómo van las clases? —me preguntó mi padre, poniéndose a mi lado.

Otra cosa de la que no me apetecía hablar con mi familia era de cómo iban las clases, puesto que había sido obligada a estudiar algo que no quería solo para complacerles. Miré a mi padre y supe que no era el momento de echarle nada en cara, puesto que esos días él iba a ser la persona que me iba a ayudar a afrontar la convivencia con mi hermano.

—Bien, espero aprobar todo.
—Eso está genial, Lisa. Tu madre y yo hemos hablado que si apruebas todo en el primer año, haremos ese viaje que tanto llevabas pidiendo a Tenerife, ¿te parece?

Asentí con expresión emocionada, aunque en realidad no me sentía así. Me apetecía irme a Tenerife -llevaba tres años pidiéndoles ir-, pero no podía negar que la carrera no me hacía feliz, y si no estudiaba con intención de aprender, no iba a ser capaz de aprobar todo a la primera.

Cuando llegamos a la cima, Aarón empezó a sacar fotos a todo y se alejó por la zona para buscar animales y árboles raros —sí, Aarón nunca ha sido un chico demasiado normal—. Mi padre, entre tanto, fue a buscar la comida porque se nos había olvidado en el coche, y yo me quedé sola con Mikel.

Me fui lo más lejos que pude de él y me senté debajo de un árbol, bien abrigada por las siete capas que tenía, deseando que mi padre llegase cuanto antes.

—¿Podemos hablar? —escuché su voz ronca a mi espalda y no quise contestar—. Lisa, no quiero que estemos mal. Eres mi hermana y no me gustaría que hubiera tensión entre nosotros.
—No quieres que haya tensión, ¿eh? —me puse de pie, caldeada por sus palabras—, pues entonces vete, Mikel, porque por mi parte lo único que vas a ver es un ceño fruncido y unas ganas inmensas de pegarte un puñetazo.

Pasé a su lado con aire indiferente, pero en cierto momento no pude avanzar más porque me estaba agarrando de la capucha.

—Oye, Lisa, no me fui para hacerte daño.
—¿No lo entiendes? —mierda, estaba a punto de llorar—. Yo solo...

Entonces escuchamos un grito. Un grito que provenía del bosque. Un grito que, indudablemente, era la voz de Aarón. Nos miramos desesperados y fuimos corriendo al lugar de donde provenía aquel chillido. Buscamos con desesperación el lugar donde estaba nuestro hermano pequeño, pero no había ni rastro de él.

—¡¡AARÓN!! —gritábamos ambos al unísono, desesperanzados al no obtener ningún rastro de él.
—¡Melisa! ¡Mikel! —en cuanto le oímos gritar nuestros nombres, le preguntamos dónde estaba—. ¡Me he quedado atrapado en una cueva y no puedo salir!

Registramos el lugar y al fin encontramos la cueva de la que provenía su voz. Un árbol se había derrumbado y había provocado que la salida quedase impracticable. Traté de llamar a nuestro padre pero no había cobertura, así que Mikel salió a buscarle.

En menos de media hora había un avión encima de nuestras cabezas con algunos policías que habían bajado a ayudarnos. Finalmente consiguieron sacar a Aarón de allí sano y salvo, y cuando lo vi me lancé corriendo a abrazarlo.

—¡Dios, menos mal que estás bien!

Mikel estaba frente a nosotros y, aunque me costó mucho, cuando nuestras miradas se cruzaron le susurré un sentido "gracias".

Tal como eresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora