Capítulo 7

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Después de lo que nos contó Estela, no podía sacar de mi mente el hecho de que Jonatan fuese un asesino, o que al menos hubiese estado implicado en uno.

Tal vez solo fueran paranoias mías, pero no podía evitar pensar que la chica que nombró Sergio, Sandra, estaba metida en ese embrollo. ¿Acaso Jonatan la mató? ¿O es posible que ella viese algo que no debía? Tenía demasiadas dudas, pero solo sabía que no podía ir a preguntarle a Jonatan, así que me centré en intentar sonsacarselo a la única persona que conocía que iba a saber más cosas de Jonatan que Estela: Julieta.

El martes por la mañana le traje unas cuantas palmeritas de la Tahona de debajo de casa —las cuales me había dicho por activa y por pasiva que eran sus favoritas—, y cuando se acabó todas, le pregunté a ver si quería que fuésemos a comer juntas.

—Pues había quedado con Tomás —me contestó mientras le daba un mordisco a una—, pero puedo cancelar la cita y decirle que quedamos otro día.
—¿Harías eso solo para comer conmigo?
—Tampoco me apetece mucho verle.

Sabía quién era Tomás, y por eso sabía que mi compañera mentía. Era un chico de la universidad que Julieta había estado conociendo, para variar, poco a poco. Todavía no se habían acostado y, por lo que sabía, ni siquiera se habían besado. Él venía de una familia muy conservadora y, aunque salía de fiesta y le gustaba beber, no era el tipo de chico que quedaba con una chica para liarse.

A mi me lo presentó la semana pasada y, por primera vez, vi a una Julieta tranquila, sosegada, sin ganas de algo más que hablar. Probablemente le daba un poco de miedo lo que sentía y por eso no quería verle.

El día en la uni pasó rápido, pues tuve un par de exámenes y unas prácticas en grupo, así que volví rápido a casa. Julieta llegó un poco después de mí y yo le pregunté si quería comer en casa o ir a algún restaurante.

Su respuesta, más que palabras, fueron actos. Fue hasta su cuarto, se puso el pijama y después dijo: "¿dónde mejor que en casa?". Suspiré y sonreí.  Ella nunca hacía la comida, así que estaba claro que siempre ganaba la casa.

Hice una ensalada y lomo, y casi a las tres empezamos a comer. Había preparado muy meticulosamente la conversación y estaba segura de cómo llegar a obtener respuestas sin parecer una loca psicópata acosadora. Era hora de poner a prueba mis horas y horas leyendo a Agatha Christie.

—Oye, ¿has hablado últimamente con Jonatan? —le pregunté de forma abierta. Ella me miró, se apartó el pelo de la cara y se metió un trozo de tomate en la boca.
—No. Desde el fin de semana, nada.

El domingo, cuando Jonatan se fue, pasé al lado de la habitación de Julieta y la vi llorando. Ella parecía impenetrable, una de esas chicas que cuando conoces tienes la sensación de que no siente nada, pero ahora que la conocía me había dado cuenta de que era solo una capa.

—¿Quieres hablar de lo que pasó? Soy buena escuchando —le dije con una sonrisa.
—No hace falta —no estaba cómoda con la situación.
—¿Estás segura? Mi madre suele decir que cuando hablas las cosas, de pronto todo es más claro.
-Estoy bien, Melisa -se notaba a leguas que no era verdad—. Me puse como una cuba y ya está. No es la primera vez que me pasa, y tampoco lo vivo como un drama.
—Lo sé, es solo que creo que te vendría bien hablar de ello, ¿sabes? Estas cosas ayudan —igual forcé demasiado la situación porque Julieta me miró con mala cara.
—No soy el tipo de persona que habla de ese tipo de cosas.
—Bueno, nunca está de más probar algo nuevo.

Bajó la cabeza, se metió una lechuga gigante en la boca y volvió a mirarme, pero esta vez de una forma diferente a la que me tenía acostumbrada.

—Sergio es un chico de mi pasado con el que a veces quedo para tener sexo. No tengo ningún sentimiento romántico por él, pero me gusta cómo lo hace. Además, cuando estoy con él siento que puedo ser yo misma porque sabe todo sobre mí, incluidas las partes más oscuras.
—¿Quieres que te diga lo que pienso? —ella asintió, y yo realmente sopesé si era buena idea decirle lo que tenía en mente desde que había empezado la conversación—. Creo que sientes que te conviene porque ha visto tu peor parte, pero tal vez por eso sea por lo que no te merece.
—¿De qué estás hablando?
—Julieta, te emborrachó y drogó, y cuando estabas a poco de perder la vida, ni siquiera pensó en llevarte a urgencias. Sergio te usa, y cuando ya no eres de utilidad, dejas de importarle.
—Me emborraché y drogué, Melisa —me corrigió con seguridad—. Yo fui la que decidió aceptar lo que me daba, y de igual modo acatar las consecuencias.
—¡A eso mismo me refiero! No tienes que acatar nada. Sé que tienes un fondo bueno, pero también piensas que nadie te va a querer si muestras tu mejor parte.
—No quiero seguir hablando —se levantó para irse, pero yo ya estaba demasiado enfurecida.
—Eres alguien que merece muchísimo la pena. No dejes que jueguen contigo.

Tal como eresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora