Capítulo 2

43 2 0
                                    

Mi primera noche fue bastante calmada, puesto que mi compañera no apareció y, gracias a eso, ocupé el salón y estuve viendo varias películas que tenía pendientes desde hacía un tiempo.

Me fui pronto a dormir, ya que a la mañana siguiente tenía mi primer día de clases y quería tener buen aspecto.

Me puse el despertador media hora antes porque me conocía y sabía que iba a intentar dormir más rato del debido, y funcionó, porque conseguí no quedarme dormida. Me puse unos pantalones de pinza marrones y una camiseta a rayas blanca y negra.

Me eché un ojo en el espejo y traté de sonreír como haría con mis futuros compañeros de clase ese mismo día. Mi pelo castaño y corto caía hasta mis hombros, y mi flequillo tapaba una parte del lado derecho de mi cara, por lo que no se podía apreciar el color miel de mis ojos. Nunca me había considerado una chica especialmente guapa, pero desde luego ahora estaba mejor que en mi tierna adolescencia, cuando usaba aparato y gafas. Mi cuerpo no era, ni de lejos, tan perfecto como el de una modelo o si quiera Scarlett, pero estaba feliz conmigo misma y eso era lo importante.

Me pasé el peine por el pelo y me echeé autocorrector en las ojeras. No era una chica muy dada a maquillarme, pero no quería que nadie se asustase al verme como una muerta viviente.

Cuando salí del cuarto me encontré con un tío de metro noventa que estaba en calzoncillos en la cocina de mi piso y no pude evitar pegar un grito y tirarle mi zapatilla de estar por casa a la cabeza.

—¡¿Quién leches eres?! —pregunté, al borde de la locura.
—Imanol —contestó, como si eso me hiciera entender qué hacia en mi casa.
—¿Y por qué narices estás casi en pelotas en mi cocina, Imanol? —cada vez me estaba empezando a enervar más.
—¡Cálmate, Melisa! —pidió una voz femenina a mis espaldas—. Imanol ha sido mi acompañante nocturno.

Scarlett apareció por detrás mía y se acercó dando saltitos hasta el tío que estaba en mi cocina. Bueno, nuestra. Da igual, la cuestión era que esa cocina era tan mía como suya y no podía traer a cualquier tío ahí sin permiso.

—Imanol, ha sido un placer conocerte, pero, ¿te importaría ir a ponerte, al menos, una camiseta? Gracias.

Tras decirle eso, el chico entendió que yo no estaba de humor y desapareció. Scarlett, que tampoco iba demasiado tapada, se subió en la encimera y le dio un mordisco a una manzana, volviendo a recordarme el apodo con el que cariñosamente le llamo en mi mente.

—No puedes traer a tíos a casa sin decirme nada —repliqué en un tono no demasiado amable.
—¿Por qué? —¿lo preguntaba en serio?
—Básicamente porque es mi casa y si pienso que no hay nadie puedo salir en paños menores. Y, además de eso, porque no quiero desconocidos en mi casa.
—Imanol no es un desconocido. Lo conocí ayer en una discoteca, y créeme que después de esta noche ya no es un desconocido —y me guiñó el ojo, como dándome a entender la grandiosa noche que habían pasado.
—Esta casa es de las dos y, si queremos que las cosas funcionen, no puedes traer a tíos aquí sin avisar. No me apetece que mi casa sea un prostíbulo —en cuanto lo dije supe que me pasé, pero a Scarlett no parecía importarle.
—No sabía que iba a molestarte tanto. La próxima vez que quieras acostarme con un tío te mandaré un mensajito.

Y se fue al cuarto. En cuanto empecé a escucharles emitir soniditos subidos de tono, fui a mi cuarto, cogí mi mochila y me fui. No sé cómo había podido pensar que vivir con una desconocida iba a ser coser y cantar.

Seguí las direcciones del Google Maps y finalmente llegué hasta la Universidad de Navarra. Como había salido antes de lo previsto de casa, busqué la cafetería y me tomé un café bien cargado para calmar los nervios.

Tal como eresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora