La tibieza de la sorda furia rompe en su piel. Las olas de ese amor huérfano, marchito en manos de amantes irreconocibles, abrazan el miedo que nace de lo profundo, derraman su muerte en la sanguinolenta caricia de una lágrima. La bestia, divina, se embebe del aroma de su traidor. Se colma su corazón roto de misericordia, débil, tan desesperado por el calor que creyó encontrar en la mentira de esos brazos. Hannibal sostiene a Will contra su pecho. Le arrebata el privilegio de observar a los ojos a su creador, cegándole de toda gloria, del nacimiento etéreo del que provendrá. Hay respiros en que sus cuerpos chocan, se duelen, se entremezclan; se comen a pedazos en el duelo. Hay dolores que saborean juntos.Entonces, la oscuridad se alza y reina. ¡Somete!
Él siente el dulce tacto de la cuchilla en su carne. Devora la vida, la toma ansiosa, danza con sus instintos más mortales, atravesándole el cuerpo. Se encaja tan hondo su perdón que de la herida borbotean cascadas escarlata a sus pies, les rinden culto elevándose poco a poco, sorbiendo de sus pieles sin saciedad, desnudándolos bajo la llegada de ese feroz mar desbocado.
—¿Lo ves, mi astuto muchacho?
Will escucha, acalla. Quiere gritar, profanar ese fatal silencio con el socorro, con el menester de expresarle a aquel cómo desea seguirle. Su boca se entreabre y, en cambio, el agua sangrienta le asfixia, sube hasta robar también su visión, sumergiéndole en el olvido, cayéndose él a la inmensidad de esa desdicha suya.
El fondo no es más que su partida. Y ahí, con su corazón entregado a la roja marea, no lo seducen sino las cenizas del amor más puro; entre el bien y el mal oscila su llanto, entre lo que él es y lo que Hannibal ha arrancado, fallece.
¡Pero la muerte!, ¡qué vivo trago de la vida!
—¡Will! —gritó la mujer angustiada a uno de los flancos, sacudiendo el cuerpo de su amado en un desesperado intento—. ¡Will!
El grito, llamado de terror, despertó al hombre empapado de sudor. Éste se retorció entre las manos que suaves le calmaron, reclamando las bocanadas que perdió bajo el océano de su ensueño, buscando con su mirada el origen de todo mal. Mas, allí en el lecho, no halló deseo cumplido. Su cuerpo buscó refugio en el femenino, acorralándose en el pecho que le confiaba sus latidos, aferrándose a la única ilusión de paz, de vida, aunque ésta no estuviese entre sus dedos.
Alana le acarició el rostro con desgarradora dulzura. Sus besos perdieron el buen gusto sobre la boca de su marido, degustó la delicia de un querer muerto sin haber vivido. Los tristes ojos de Will se levantaron hasta los dolidos zafiros, pidiéndole perdón, rogándole una vez más el compasivo roce de sus labios, como si la farsa de desearse fuese el fin de su hambruna. Ella tan sólo le dio las sobras de un fuego ya olvidado y las heridas del hombre se volvieron voraces en su humano desenfreno.
Abrazados a las falacias permanecieron hasta suceder la caída a los reinos de Morfeo, no sin antes rezar el nombre de su Dite. Una en vida y el otro, hecho de muerte.
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morir a gusto ― johnlock n' hannigram
Fiksi PenggemarWill Graham ayudará a Sherlock Holmes a seguir los rastros de aquél que de sus manos hurtó la vida, a costa de ser conquistado por su macabro corazón.