Will

995 117 100
                                    

Querido extraño,

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Querido extraño,

Si encuentras esta carta no te consideres afortunado. Alberga una historia triste sobre una persona incomprendida, y muchos intentos de explicaciones que solo parecen válidas dentro de mi cabeza. Quería, al menos, testificar que lo intenté. Lo intenté hasta que el tiempo se transformó en un tormento y el sentido de la vida en un conteo hasta la hora del día final.

Solía ser una persona optimista. Mi madre trabajaba cantando canciones de su autoría en bares locales y a mi padre, un médico reconocido a nivel nacional e internacional, solo lo veía de vez en cuando, en los momentos en que por obra milagrosa conseguía acordarse de mi nombre entre los de decenas de sus otros hijos. Alguna vez le pedí una salida a los bolos. Me dijo que su próximo día libre sería dentro de cuatro meses.

Creí que pudo haber sido peor. Pude haber nacido en la pobreza, con alguna mal formación congénita o del útero de una madre que me abandonaría. Ese pensamiento me solía impulsar a seguir adelante en los momentos en que mis pies resbalaban y caía a parajes desconocidos, aterradores.

Pensé que había llegado a este mundo por uno, y solo por un único fin: curar. Desde pequeño estuve interesado en la medicina, que sería mi carrera universitaria. Siempre estuve bien encaminado. Pero...

Estaban las personas.

El hecho de curar para mí no significaba aliviar sólo los dolores físicos sino también los emocionales. Me temo que en su tiempo me enfrasqué mucho en eso último. Cada vez estoy más convencido de que fue tanta necesidad en cada una de las personas la que me llevó a donde estoy. Siempre estaba allí para todos; como un sol, decían algunos, sonriente y con un halo dorado de cabellos rizados enmarcando mi cabeza. Me gané muchísimos corazones, conocí muchísimas vidas, compartí muchísimas experiencias.

Solo para terminar donde terminé hoy.

No recuerdo con claridad cuándo ni cómo las cosas comenzaron a torcerse pero quiero decir que en parte hago esto por ustedes. Porque Dalia fue abusada cuando era una niña. Porque Axel no pudo resistir la anorexia nerviosa. Porque los padres de Johanna la castigaban por no ser normal, hasta que un día se propasaron y terminaron encerrados de por vida. Porque la droga llevó a Phillip a cometer fratricidio. Porque Jane y Ada, por más que lucharon por su amor, jamás pudieron encontrarse en la vida real. Porque la madre de Jean murió de cáncer de mama en menos de tres meses, dejándolo sin dinero y a cargo de dos hermanos menores. Porque Gabriel sufría todas las noches, incapaz de comprender por qué todos se metían con él.

Tanta necesidad, tanto dolor... intenté drenarlos en ellos, pero no me preocupé por drenarlos de mí. Absorbía este conocimiento y lo guardaba y lo guardaba, haciéndome daño sin darme cuenta. A veces me sentía muy cansado, escuchar problemas me agotaba y a veces me agobiaba, pero aún así seguía. Sentía que no podía dejar a esa persona sufrir por su cuenta. Fue por esa razón que salí perjudicado en el proceso. Yo no supe que me estaba involucrando demasiado hasta que ya fue muy tarde. Tanta miseria... me hizo perder las esperanzas en la vida. Me hizo ver que el mundo está podrido y que yo no podía lidiar con esa podredumbre y que tampoco quería pasar a formar parte de ella. Me hizo ver que las personas pueden pasar por cosas horribles y salir adelante, pero yo sin pasar cosas horribles no podía.

Las personas somos un vórtice de necesidades. Solo pedimos y pedimos y pedimos. Pero yo daba, daba, daba, y di hasta mi último aliento, hasta que ya no podía dar más.

Todos se van de tu vida, indiferentemente de si tú los necesitas, o si lo deseas. Todo aquel que se encuentra mejor se aleja de su fuente de consuelo. Yo era una fuente de consuelo, no significaba nada más. Una fuente de consuelo que se saturó.

Entonces fue cuando me sentí necesitado. Y mi necesidad era tan grande que no podía ser llenada con nada. En ese momento entendí que yo no era un sol. Tan solo era una vela cuya luz llegó a su fin.

Pero las razones por las que me deprimí no recaen solo en las necesidades de desahogo de los demás ni en las mías. Quizá ese fue el detonante, pero independientemente de ello, poco a poco fui perdiendo mi optimismo. De repente mi sueño de ser doctor parecía distante y ya no me emocionaba. Ya no sabía qué quería, ni me sentía capaz de hacer el esfuerzo necesario para lograr algo. Mi identidad se desdibujó hasta que no supe quién era. Mis sueños y esperanzas perdieron su color y brillo hasta volverse fantasmas ajenos. Me transformé en una persona que no reconocía. Y no me di cuenta hasta que fue muy tarde, no pude evitar caer en el hoyo de profundidades insondables en el que ya no podría volver a caminar.

Tengo que aceptar que es mi culpa. Nunca le pedí ayuda a nadie. Me ahogaba en mi miseria solo. Sentía que nadie me podría ayudar si no me podía ayudar yo mismo. Pero también es cierto que esperaba que alguien se interesara por mí. Que alguien me preguntara qué estaba pasando conmigo. Por qué de repente me veía tan apagado.

Nadie lo hizo.

Todos los que había ayudado alguna vez ya no me hablaban para más de saludarme.

Me digo que no los culpo, pues cada quien tiene su vida y debe lidiar con sus propios problemas. Pero en realidad estoy resentido con todos ellos. Y me duele que nadie ahondara en mí, por mucho que yo me esforzara en aparentar que todo estaba bien.

Ni siquiera mi mamá lo hizo. Para ella mis «estoy bien» eran suficiente. Creo que podrá superar que muera. Ya lo he ponderado y ella es una mujer fuerte. Al menos más fuerte que yo.

Tampoco me arrepiento de nada. Porque, yo pude haberme rendido, pero ayudé en cierto modo a muchas personas que ahora están mejor y eso me hace sentir como si al menos hubiera hecho algo bien con mi vida.

Lo siento si yo no fui lo suficientemente fuerte como esas personas. En cierto modo me avergüenza que yo, quien motivaba a todos a salir adelante, haya hecho lo que hice con mi vida. Pero, aunque suene repetitivo y algo tonto, realmente ya no aguantaba más. Vivir para mí era como nadar en una piscina contaminada sin poder salir al aire a respirar. Ese contaminación emocional se filtraba dentro de mí segundo a segundo, respiración tras respiración, en cada latido. Constantemente solo quería doblarme en posición fetal y desaparecer, callar el ruido que provenía de mi misma cabeza, el cual ni siquiera tenía definición.

Y ahora, por fin lo llevo a cabo. Por fin me atrevo. Por fin me libero. Y voy a morir en cierto modo satisfecho. Porque yo no haré falta a nadie en este mundo, pero di lo mejor de mí a cada persona que conocí.

Así, sujeto este papel en mi mano mientras salto del rascacielos.

Att: Will Solace.

Cartas de suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora